Crecí escuchando la historia de Salvador Allende en el relato de mi abuelo. Siempre me dijo que el día en que se murió, vio a su padre llorar diciendo «nos mataron a NUESTRO PRESIDENTE». Mi abuelo, un obrero que sacó adelante a su familia a costa de hacerse añicos sus pulmones, siempre defendió al Presidente que les dio medio litro de leche por día para sus hijos.
Y yo crecí y quise cuestionarlo todo. Leí sobre Allende y lo que escribían sus defensores, pero también lo que decía la derecha más reaccionaria. Crecí y descubrí que Allende cometió errores y lo bajé del pedestal en que la izquierda insiste en ponerlo. Lo vi como un hombre de carne y hueso, que equivocó varias veces el camino, pero que nunca tuvo malas intenciones.
Para mí Allende es un grande, pues le dio dignidad a aquellos que la historia siempre los despojó de todo, entre ellos mi abuelo.
Y hoy puedo discutir sobre su gobierno, y más de uno me verá criticar alguna de sus medidas. Pero NUNCA me oirán decir que el Golpe de Estado era necesario. Jamás me verán relativizar los horrores de la dictadura. Jamás avalaré que intenten empatar las cifras de muertos de un lado y de otro. Porque en Chile hubo terrorismo de Estado. Porque Pinochet no sólo fue un mal gobernante, sino que también un ladrón y un asesino.
Hoy Presidente Allende, muchos saldrán a marchar en tu nombre. Levantarán las banderas de su partido y mañana seguirán enviando a sus hijos a las escuelas privadas donde los educan.
Yo por mi parte escribo esto. Te bajo del pedestal en que quieren ponerte y celebro al «chicho». Al hombre de carne y hueso y que quiso hacer del país, un mejor lugar para habitarlo. Desde el Québec, hoy prometo tomar un poco de vino. Y seguir reflexionando en torno a tu figura, inmensa.
Una figura que quisieron borrar por la fuerza, mas no pudieron los chacales hacerlo.
Nicolás Aravena,
Asesor Editorial de La Voz de Maipú
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