Camila Kleine es actriz. Este año debido a la pandemia la fundación para la que trabajaba canceló sus actividades. Fernanda Moreno también se dedica a las artes y en marzo de este año su trabajo como cuentacuentos en la Teletón se paralizó. Los ingresos de ambas se vieron disminuidos de manera drástica y las ayudas del Gobierno fueron nulas. ¿Cómo se enfrenta una crisis tan grande cuando las ayudas destinadas te obligan a competir con tu gremio mediante fondos concursables, cuando las ayudas estatales no te corresponden por ser trabajador informal? ¿Cuál es el futuro económico de los artistas si el Ministerio anunció un recorte en su presupuesto dejándolo en 0.3%?
Por: Camila Eguía y Natalia Sáez
El 9 de noviembre de 2020 la Plaza de Armas de Santiago se llenaba de medio centenar de personas vestidas de negro. Un cortejo fúnebre a modo de protesta en contra de la administración del Ministerio de las Culturas se hacía escuchar: «Ministra Val-Desconsuelo/ Eso último es lo que tengo/ tu precaria competencia/ No responde a mi emergencia», entonaban los distintos grupos.
Cuando Camila Kleine (28) se enteró sobre el decreto de cuarentena en Santiago ella estaba tranquila. “En marzo pensaba que en 14 días se reactivaría todo”. Ella venía saliendo de una relación violenta, sin hijos y con la opción de sustentarse. Sin embargo, la Fundación Itaca, para la cual trabajaba como educadora impartiendo talleres de arteterapia en cárceles y centros del Servicio Nacional de Menores, había sido notificada por parte del Ministerio de Cultura sobre la retención de dinero correspondientes a los fondos que se habían adjudicado para este año. Camila se quedó sin sueldo y de un promedio de $700.000 pesos mensuales pasó a ganar $0. “Tenía ahorros, por suerte” dice.
El 20 de marzo el ex ministro de Salud Jaime Mañalich decretó el cierre, en todo el territorio nacional por un periodo indefinido, de cines, teatros y restaurantes, entre otros. De esta manera, el área de la cultura empezó a ver sus primeras limitaciones laborales, tanto en aquellos trabajadores activos como cesantes. Actualmente, de acuerdo a lo expuesto por Jorge González, presidente de la Asociación Nacional de Funcionarios del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (ANFUCULTURA), en un conversatorio del Instituto Igualdad, uno de cada dos trabajadores del arte se encuentra inactivo.
Carolina Herrera (26) es intérprete en danza y coreógrafa. Hasta antes de la pandemia trabajaba dando clases en una academia de danza. El 7 de marzo se le notificó que su contrato no sería renovado, por lo que quedó cesante: “quedé como en la nada, de brazos cruzados, de un día para otro”, dice. Carolina vive sola en Santiago y hasta ahora no ha tenido ingresos, por lo que ha tenido que sustentarse con sus ahorros, de los que solo le quedan $50.000.
Fernanda Moreno (28) y su pareja también sufrieron por estos motivos. “Se paró todo y quedé en la nada misma. Estuve muy mal. Lloraba mucho porque, si bien la plata que recibía no era mucha, era segura”, recuerda. Su trabajo como cuentacuentos en jardines y en especial en la Teletón se vieron paralizados y tuvo que empezar a sustentarse por medio de trabajos propios: realizando presentaciones online con aporte voluntario, realizando talleres online y ocupando sus pocos ahorros como inversión en una nueva suerte de negocio. El único con un trabajo estable era él, pero aun así los ingresos no fueron suficientes para ellos dos.
El sector de las artes fue uno de los que sufrió más con la pandemia y el que menos ayuda ha tenido, pues ninguna de las ayudas implementadas por el gobierno ha beneficiado directamente al sector cultural y “quienes pueden acceder a los bonos es una parte muy menor de los artistas, ya sea con o sin boleta”, dice Fernanda García, vicepresidenta de la Unión Nacional de Artistas (UNA).
ANFUCULTURA calculó que sólo el 2% de los trabajadores pudo cobrar el seguro de cesantía, el 7% calificar al bono familiar de emergencia, y el 8% al bono clase media. La crisis sanitaria golpeó económicamente a las actividades que no se podían realizar en la virtualidad, y “la verdad es que gran parte de las actividades culturales dependen altamente de la presencialidad para poder ejecutarse. (…) Eso por supuesto que generó cesantía y muchos proyectos cancelados: Festivales de música, de Cine, rodajes y conciertos por seis meses”, dice Isabel Orellana, presidenta de la Asociación de Productores de Cine Independiente (API).
Durante los meses de encierro, el desempleo del sector cultural superó el 40%, según el Centro de Encuestas y Centro de Estudios Longitudinales 2020 de la Universidad Católica (UC), y la única ayuda destinada directamente a este sector fue un concurso. “Entre gente que está sin dinero para comprar alimento, sin dinero para pagar el arriendo, sin previsión social, sin ahorro, por las características intermitentes que tienen los trabajadores culturales, uno no puede hacer concursar entre gente que tiene necesidades económicas radicales”, agrega.
El desconsuelo de los artistas en pandemia: La concursabilidad como tradición
El cortejo avanzó hasta la intersección de Paseo Ahumada con Paseo Huérfanos. Cortando la calle el colectivo de danza “Sequía” inicia una intervención artística. Una decena de bailarines expresa dolor con expresiones faciales y corporales mientras el resto de agrupaciones entona Maldigo del Alto Cielo de Violeta Parra con la letra alterada: “Maldigo futuro incierto/ De todo arduo trabajo / ¿Cuánto será mi dolor?”.
Entre ellos se encontraba la Compañía del Colectivo Desalambrando, donde trabaja Kleine. Ella no pudo asistir, pues debido a su situación financiera tuvo que abandonar su vida en Santiago y volver a vivir con sus padres en la región de Los Lagos. Esta compañía nació en mayo de 2017. Desde entonces el grupo ha postulado dos veces a fondos ventanillas (de creación y difusión artística), los que fueron rechazados. Ante esto los 14 integrantes decidieron vender alcohol y comida en sus funciones para poder costear un viaje a Argentina y representar a Chile en el Festival Iberoamericano de Teatro donde ganaron. El financiamiento de las artes y la posibilidad de su realización depende de la concursabilidad que es, además, muy competitiva.
Por ejemplo, anualmente, en el Fondo Audiovisual “postulan cerca de 300 proyectos y solamente son elegidos seis. Entonces eso te da un índice de satisfacción -como se le llama cuando la gente que se adjudica un fondo versus las que postularon- muy bajo, lo que hace que sea altamente competitivo”, dice Isabel Orellana. Este año la compañía decidió volver a participar en la convocatoria de fondos para el año 2021.
Si la situación era mala antes de la pandemia, ahora es peor. Este año se retuvieron los fondos adjudicados a los proyectos que eran de realización presencial, cuenta Isabel Orellana. Meses después y sin ningún tipo de ayuda económica para las y los trabajadores de las artes, desde el Ministerio decidieron reestructurar las líneas de fondos y abrir convocatorias para Apoyar al Sector Cultural poniendo a disposición $15.000.000.000 en un fondo de emergencia concursable, agrega.
“No inyectaron plata, no invirtieron, cerraron y la plata la llevaron a otras líneas que inventaron, ¿qué ayuda es esa? La solución más inmediata es inyectarnos recursos, plata, y frenar la concursabilidad”, reclama Camila Kleine frustrada desde la pieza que la vio crecer.
Fernanda se ve aún más excluida de ello. Como trabajadora independiente del arte sus ingresos se vieron igual o más perjudicados que otros artistas. Su trabajo en Teletón le daba un sustento económico de $500.000 mensuales y el resto lo completaba trabajando en cumpleaños los fines de semana.
Su marido mantenía un sueldo fijo, pero luego de que decretaran cuarentena obligatoria la situación se volvió insostenible: “Pagar cuentas se hizo súper difícil. Los primeros meses pagábamos las cuentas, el arriendo y nos quedábamos con $40.000 para el resto del mes”. recuerda.
Como trabajadora independiente la opción de los concursos se vio lejana y, al igual que otros agradeció la colaboración del gremio: “lo único que se ha hecho son cosas solidarias entre nosotros mismos. Cada uno pone luca y había un fondo común para repartir esa plata entre los que estaban más cagados que tú”.
Así, decidió reinventarse e iniciar su proyecto de talleres y presentaciones online, para el que tuvo que invertir parte de sus ingresos en comprar equipos audiovisuales. Carolina, al igual que Fernanda, dependía laboralmente de la presencialidad, pero a diferencia de ella no ha logrado ajustarse a la virtualidad para generar ingresos, ha estado viviendo de sus ahorros. La única ayuda que ha recibido ha sido el apoyo económico de su familia, con lo que ha podido pagar cuentas y alimentarse.
Ayuda para todos menos para la cultura
La segunda parada la realizan en la esquina de Paseo Ahumada y Calle Agustinas. Un grupo corta la calle exponiendo un gran lienzo donde se puede leer “No más recortes ni abandono a les trabajadores del arte”. El colectivo sequía repite su intervención mientras los músicos tocan: “Maldigo al fin tu sistema / Que poca ayuda me entrega / Ministerio de Cultura / Me abandona y menosprecia”.
Tanto Camila como Fernanda trabajaban a honorarios y contra boletas. Esto es un fenómeno que se presenta con gran recurrencia en el área de cultura. De acuerdo a la Coordinadora Intersectorial Cultural en Emergencia (CICE), una agrupación de organizaciones gremiales y sindicales de la cultura -donde también participa Isabel Orellana- este es uno de los motivos principales por los cuales muchos trabajadores quedaron fuera del Ingreso Familiar de Emergencia o el Bono Clase Media, ambas medidas propuestas por el Gobierno para paliar la crisis económica causada por el coronavirus, pues muchos figuran con mayores ingresos en las fichas sociales, quedando fuera de los quintiles beneficiados, pero no se toma en cuenta la inestabilidad salarial de la que dependen.
García, de la UNA, explica: “En general uno boletea harto, por lo tanto, el sistema dice que estás trabajando constantemente, pero, si se para todo no soy sujeta de bonos porque lo que boletee el año anterior estaba sobre lo que el bono me puede haber dado”. Esta situación empujó a los artistas a recurrir a otras soluciones: “La medida más efectiva para muchos fue el retiro del 10%. O sea, tuvimos que recurrir a nuestros propios ahorros para poder subsistir”, agrega al respecto Orellana.
La mesa de trabajo que se constituyó en el área de cultura solicitó la creación de bonos para los trabajadores del arte, así mismo pidieron ayuda económica para las instituciones como la Red de Salas de Teatro que dependen del público para subsistir. Ante esto se reasignaron los fondos concedidos por el Ministerio para los proyectos 2020 en los fondos de emergencia y el Gobierno no implementó ningún otro tipo de ayuda económica. “Lo primero que pedimos fue transparencia con respecto a esa reasignación, nunca se entregó, ni siquiera por el portal de transparencia”, señala Orellana.
El abandono por parte del Estado al sector cultural en tiempos de crisis, se ve acrecentado debido a la imposibilidad de los trabajadores del sector para postular a otras ayudas de emergencia de carácter estatal (como el Bono COVID o el Subsidio Ingreso Mínimo Garantizado), pues la informalidad de los trabajos, donde se recurre a contrato por boleta u honorarios los deja desamparados de varios derechos de los que gozan otros trabajadores de otras áreas.
“En general no estamos contratados porque trabajamos por proyectos y muchos de estos son realizados por nuestros propios compañeros, por lo tanto, cuando se puede, se usa boleta y si no muchos pagos son en negro. (…) No se ve reflejado el trabajo finalmente ni en cotizaciones ni en pagos como términos de contrato o vacaciones. Lo que uno no trabaja no lo cobra, ya sea en negro o en boleta”, aclara la vicepresidenta de la UNA, Fernanda García.
Esto se suma a la constante competencia a la que es sometida el gremio. La concursabilidad por fondos para financiación, parcial o completa, de proyectos artísticos ha sido una práctica recurrente que se da dentro del Ministerio de la Cultura y el futuro artístico se ve amenazado además por el último anuncio del Ministerio donde el presupuesto dirigido al sector disminuye de un mezquino 0.4% a un paupérrimo 0.3%.
Así, según la programadora del Festival del Cine de Valdivia Isabel Orellana, a instituciones como la Fundación Víctor Jara o el Festival de Cine de Valdivia se les informó una disminución de ingresos del 60% lo que afectará el empleo de cientos de personas que, como Camila, Carolina y Fernanda, dependen año a año.
La guinda de la torta: Un futuro incierto para la cultura
Frente al Ministerio de Cultura el grupo de artistas entona una vez más la canción. Esta vez la repiten dos veces, luego inundados de emoción rompen el distanciamiento social y se abrazan llorando. Uno de los dirigentes toma un micrófono y le pregunta a una familia “¿ustedes conocen a la ministra?” ante la negativa de ellos agrega “entonces no nos sirve”.
La precariedad del sector cultural ha mostrado su lado más crudo durante la pandemia, pero la situación podría empeorar drásticamente. El promedio del presupuesto nacional de los países OCDE al área de la cultura es de 2%, en Chile es de 0.4% y se reducirá a un 0.3%, lo que, según Orellana es tremendamente preocupante.
“Eso es super grave porque tenemos una gran cantidad de instituciones, de centros, de organizaciones, que se han dedicado a promover, a generar gestión cultural de manera consolidada a lo largo de los años y que su impacto en la ciudadanía es totalmente comprobable. Aun así, el gobierno no las ha querido ayudar, entonces, cuando a ti te recortan, de un año para otro, un 60% de tus recursos es muy difícil que tu puedas seguir generando ese impacto, esa estabilidad en tus trabajadores”, dice.
La situación de desamparo culminó cuando la ministra de Cultura dijo en una entrevista que: “un peso que se coloque en Cultura es porque se deja de colocar en otro programa o necesidad de los ciudadanos del país». “El mensaje que entrega es negativo porque está viendo la cultura como un producto de mercado”, dice Catalina Guzmán, y agrega que: “No se puede decir que la cultura vale menos porque es la identidad de las personas, de las comunidades, y esto se está dejando de lado”.
Actualmente Carolina sigue sin trabajo mientras Camila y Fernanda se sustentan de lo que pueden hacer desde la virtualidad, generando un sueldo que no les permite pagar un arriendo. “No nos ven como ciudadanos ni nos consideran importantes”, finaliza Camila Kleine.
Para este reportaje el equipo intentó contactarse con trabajadores del ministerio de cultura, sin embargo, se negaron a dar entrevistas.
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