La Academia de Baile Jovistar se encuentra en la Avenida Primera Transversal 2585 y lleva 16 años de historia. Su fundadora, Johanna Rodríguez, conocida como Jovi, ha tenido una larga trayectoria en el mundo del baile que la llevó a compartir el gusto por esta disciplina a todas las personas de la comuna.
La vecina es oriunda de Punta Arenas, donde se crió con cinco hermanos y desde temprana edad desarrollo un gusto por el baile. Inició su práctica en los talleres de su colegio, probando diferentes estilos, desde la gimnasia artística hasta el ballet, mientras sus padres apoyaron esta búsqueda, debido a que se encontraba segura dentro de su centro educativo y podía desarrollar su afición.
“En Punta Arenas vivimos 10 años, después llegamos a Santiago y empezamos a buscar el colegio que tuviera algo artístico, algo relacionado con lo mío, pero terminé en un colegio comercial, porque mis papás no tenían dinero para pagar una carrera universitaria, y me fui por la especialidad de programación en computación”, narra Johana Rodríguez, resaltando la discrepancia entre lo que estudió y su carrera actual.
En enseñanza media, ella continuó participando en talleres de baile, y tuvo compañeros que mientras la apoyaban con sus estudios, la iban a ver a cada presentación. Este fue el primer acercamiento que tuvo al mundo de la disciplina, cuando aún desconocía la existencia de una carrera de danza en Santiago.
Profesores le recomendaron el Centro de Formación Técnica del Profesor Valero, ubicado cerca de Plaza Italia, en Almirante Simpson, pero los costos de la carrera eran altos, y sus padres no estaban dispuestos a pagarla porque no lo veían viable para su futuro, por más apoyo que le prestaran.
En 1994 fue cuando llegó a la comuna de Maipú, donde no tardó en inscribirse en los talleres de danza de la Municipalidad, durante el mandato del alcalde Herman Silva, actividad que en su momento fue realizada de manera profesional y terminó con una gira por el sur del país.
Mientras la práctica profesional de lo que estudió le pagaba relativamente bien, y estos talleres tenían un horario vespertino, Johanna decidió organizarse yendo en la mañana a trabajar, en la tarde-noche a bailar, y regresar a su casa a eso de las 21:30 horas, y fue ahí donde finalmente consolidó su habilidad en acondicionamiento físico y baile espectáculo.
Un momento destacado de su carrera fue precisamente durante estos pasos académicos, cuando la profesora Marcela Martínez le prestó a Johanna un par de zapatos de ballet cuando no tenía el dinero para pagar por ellos, algo que ha intentado repetir con otras personas que lo necesitan.
Johanna siempre tuvo sus objetivos claros, quería estudiar para tener su título profesional y formar su propia academia en el futuro. Los bailarines parten su especialización desde muy temprana edad, pero en ese tiempo no existían academias formales acá en Chile.
“Trabajé en la Academia Rodrigo Díaz como tres o cuatro años, cuando él estuvo en Rojo. Ahí conocí más gente todavía, aprendí más cosas de la televisión, compartí con mucha gente, hice coreografías con niños, la Teletón, un montón de cosas. Dije: ‘me encantaría ya tener mi espacio‘”, relata la maipucina.
“Yo ni pololeaba. No tenía tiempo para mí, estaba totalmente enfocada en bailar. Tuve gente interesada en estar conmigo, pero se aburrían porque yo me quedaba dormida, literal. Me quedaba dormida en el cine, en el auto, en todos lados, no tenía tanto interés porque estaba enfocada en la danza”, comentó Johanna entre risas.
Hasta que conoció a alguien que compartía su pasión, una de las tantas personas que había conocido a través de la academia: Alonso Tabilo, que llegó a la Academia Rodrigo Díaz como un alumno junto a su hermano Felipe Tabilo, y Johanna tenía que enseñarles.
Ella lo conocía debido a que era amigo de su hermano. Pronto empezaron a profundizar sus lazos, principalmente gracias a esa conexión con la danza hasta que se pusieron a pololear y luego de 11 años, se casaron. Hoy cuentan ya 7 años de matrimonio, con dos hijos.
En 2008, cuenta que su hermano tuvo la posibilidad de acceder a un crédito, el que ofreció a Johanna y con el cual financió el arriendo de una sala en un edificio de Avenida 5 de Abril, donde se encontraba la academia “Kempo Karate”. El lugar había sido arrendado por unos gimnastas que dejaron la sala desordenada, y hasta habían pintado los espejos con pintura negra. Habría sido solo por su gran nivel de entusiasmo, que el dueño le arrendó la sala abandonada.
Cada vez que había clases con pocos alumnos, ella invitaba a sus hermanos y sobrinos a participar en la Academia. Ofreció clases de Jazz, Ballet y Taller Coreográfico. La voz se empezó a correr entre las familias que atendían las clases, y los alumnos que ella conoció en la Academia de Rodrigo Díaz se unieron al proyecto que fue bautizado como Jovistar.
Esos fueron los inicios. Johanna era la que limpiaba, la profesora, la que vendía, la que atendía al público. Una de sus alumnas le aviso que tenía un gimnasio que estaba arrendando, y el dueño de la academia de artes marciales iba a vender el edificio y fue ahí que la Academia se movió a Primera Transversal, en 2012.
“Mi finalidad nunca ha sido como enfocar a mis alumnos para que sean mejores o no. Nosotros siempre todas las coreografías que hemos hecho como grupo son para pasarla bien bailando. Yo les digo que interpreten, que lo pasen bien, que para eso hemos ensayado harto. Al final, lo que queda es lo que uno ha hecho en el proceso. Casi todos los que he llevado han tenido siempre primer lugar. Si ahora, tú vas a la Academia, no hay espacio para tanto trofeo”, añade la bailarina.
Al pensar en el futuro de la Academia, Johanna “Jovi” Rodríguez concluyó: “Mi sueño es tener una academia que sea mía. Yo igual tengo la sede en Primera Transversal, y ahora tengo otra en Tres Poniente, pero todo es arrendado. Lo otro, me encantaría hacer un centro de formación técnica, donde yo podría dar la carrera. Es algo que me encantaría enseñar, ya tenemos todas las armas en la academia para ello”.
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