Recordando Maipú: «Las Picadas de Antaño»

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Guido Valenzuela

Partimos «Recordando Maipú», con un relato de Guido Valenzuela, publicado en su Libro «Brochazos y Pinceladas de un Maipucino Antiguo I»

El local de Armando Esquivel estaba en la calle Chacabuco y el día domingo se hacían interminables filas filas de automóviles para comprar las calentitas y exquisitas empanadas.

También era imperdible el negocio de Manuel Plaza Silva y su esposa Rosa del Carmen Cabello. Ellos venían de Lipangue y llegaron a Maipú en el año 1935. Se dedicaban a sembrar hortalizas y en los meses de invierno mataba uno o dos chanchitos a la semana, y le convidaba a algunos amigos. Como todo lo que faenaban era tan rico, se empezó a correr la voz y llegaron muchos clientes a su casa, que estaba ubicada en San Martín, entre Ordoñez y Maipú.

Para el año 1949 era tanta la venta, que les ayudaba su hija Herminia y otros dos jóvenes: el Lolo y el Rafita, que lavaban los fondos y le atizaban el fuego para cocer los arrollados y las prietas. Entre todo faenaban hasta ocho cerditos a la semana, y los vecinos les llevaban cada uno su olla para que les guardaran sus pedidos.

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Lo gracioso es que cada olla tenía escrito el apellido de sus dueños, como los Ferrada, los Infante, los Casali, los Mallea, los Saa, los Carrillo y muchos más. Don Pancho Retamales encomendaba a su yerno Nicanor para que el día viernes en la góndola le pasara a dejar la famosa ollita. El problema era cuando por algún motivo Nicanor no pasaba a cumplir con el encargo de su suegro, y lo dejaba sin almuerzo por una semana.

Otra de las picadas era don Pancho, que en la calle Ordoñez ofrecía “la mejor chicha de Maipú”. Tenía su producto guardado en unas vasijas de greda, las que cada cierto tiempo destapaba y a los parroquianos que iban les servía en una calabazas que parecían mates grandes.

Para la chica con naranjas el viaje obligado era donde las señoritas Justina y María Figueroa, que tenían la cantina de Las Dos Rositas en la avenida Pajarito, dónde desfilaban los chóferes de las góndolas, quienes eran sus cliente preferidos.

Los lomitos gigantes eran propiedad de la fuente de soda El Cairo, que con tan egipcio nombre se especializaba en ofrecer chorreantes pedazos de carne en inmensos panes.

En materia de golosinas estaban los billares, donde los Duran, que fueron los primeros que fabricaron helados batidos.

Frente a la piscina era un delito no pasar a La Cabaña, que tentaba con shop heladito y sándwiches de gordas, las famosas salchichas gigantes.

En un ambiente totalmente folclórico estaba La Higuera, de don José Alamiro Castro, pues ahí se comían los mejores porotos con plateada y los ricos pollos arvejados preparados por la señora Luisa, que tenía mano de monja para cocinas y dos ángeles para atender, los mozos Miguelito y Alberto.

Una picada móvil que todavia existe es el triciclo que vende desayunos a un costado de la bomba de bencina Copec, en Uno Norte. Su dueño, Alberto Carrasco, lleva más de 30 años en el mismo lugar y es técnico agrícola, pero nunca encontró trabajo en su profesión, por lo que se dedicó al carrito.

Cuenta que ha tenido clientes muy conocidos y que una vez lo visitó el Presidente de la República Ricardo Lagos, acompañando a un antiguo cliente, Guillermo Fernández.

Otra curiosidad es que como Alberto prepara los ricos sándwiches, para el momento del pago son los propios clientes los que depositan el dinero en el bolsillo de su chaqueta blanca, así no tiene contacto con los billetes o monedas. Para el vuelto tiene una cajita con sencillo.

También tiene como lema que en su carro no se fuma ni se dicen malas palabras.

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