Análisis «El Conde» de Pablo Larraín

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El Conde

El Conde es una cinta sin color y ese es su primer mensaje. 

El segundo, la atmósfera gris, infértil, degradada, hostil. Ese clima agreste y frío en el que se instala una casa de campo (muy de hacienda chilena), totalmente en ruinas, en la que vive un vampiro, apodado “El conde”. La casona derruida por el tiempo y el abandono, todavía acusa el mal gusto de sus moradores, pues su exterior campestre no calza con algunos elementos interiores y decorativos que buscan la ostentación y el lujo sin conseguirlo. Ese es el escenario gris y burdo para nuestro “conde”. 

El tercero, los personajes, todos, excepto uno: La monja escogida para exorcizar Pinochet, son vulgares y repudiables, no solo por su apariencia de muertos en vida, sino por sus ambiciones mediocres. 

Esta monja, (que me pareció representa o podría representar a la iglesia chilena), parece angelical y firme, pero cae derrotada por miedo ante el terrible vampiro que es Pinochet. 

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Lo más terrible de esta cinta gris, resulta esa muestra de la mediocridad por la que se cometieron crímenes masivos y crueldad sin límites, muy bien representada en el zumo de corazones batido y exprimido en una juguera para que beba nuestro personaje vampiro y sus súbditos. 

Reitero, choca la mediocridad de las motivaciones, simple codicia, desidia, flojera, falta de ideas o aspiraciones genuinas. 

El Conde. «Pinochet es un malo que decepciona»

El Conde

Pinochet es un malo que decepciona, porque uno supone a un hijo del mayor de los demonios, como alguien que tiene sucesores astutos, inteligentes, para “hacer grandes males”, siempre un poco locos y delirantes por el poder y la gloria… que buscan obcecados con estrategias e ideas mórbidas. Grandes maldades, para grandes proyectos. 

En Pinochet no, solo hay poder, mucho poder, pero sin gloria. 

El personaje no brilla por ningún lado, menos su descedencia, quizá algo, un poco… doña Lucía. 

Pero, fundamentalmente todos son demonios chicos, sin luces ni proyectos, meros imitadores, pero sí, muy vampiros; capaces de beber mucha sangre para vivir… o sobrevivir al aburrimiento de su vidita sin motivo ni brillo. 

Pinochet es un hijo poco brillante de los grandes malos. 

Por eso la Sra. Tatcher, aparece en ese escenario sin perder la clase, aunque se ironiza su origen plebeyo, conserva la estatura de estadista. 

Es su amor, su madre y su referente. 

Pinochet no. Mató y sigue matando sin conseguir gloria, aunque la buscó como sombra de otros y una aspiración propia sin talento ni propósito. 

Es un viejo y gran vampiro, voraz y aburrido, que ha mordido a generaciones de chilenos y chilenas contagiándonos de su mediocridad y avaricia, pero sobre todo de su falta de honor, de brillo e inteligencia, de su desidia pavorosa. 

Su mayor crimen (no olvidemos que son muchos), es esa maldad indiferente para matar por pequeñas cosas, como brillo inmerecido, riqueza no ganada o apropiada, honor y heroísmo sin batallas, trofeos y títulos sin esfuerzo ni destreza. 

Ay! Cómo se ve eso en este Chile empobrecido por su vampirismo, desde, durante y post-dictadura… 

Esa es su mayor violencia, nos devoró el alma por nada y seguimos siendo su país zombie. 

El Conde (la puedes ver en Netflix)

Una historia sobre el dictador chileno Augusto Pinochet, quien no está muerto, sino que es un vampiro anciano. Después de vivir 250 años en el mundo, ha decidido morir de una vez por todas.

Director: Pablo Larraín

Productores ejecutivos: Sergio KarmyCristian Donoso

Montaje: Sofía Subercaseaux

Producción: Juan de Dios Larraín

Productora: Fábula

Elizabeth Quiroz Muñoz. 

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