A eso de las 4 de la tarde partió la caravana. Dentro del carro fúnebre iba un ataúd cubierto con la bandera de la Universidad de Chile.
Dentro del ataúd iba el cuerpo de Abel Acuña Leal, vecino de nuestra comuna y fallecido en medio de la manifestación social más grande que se recuerde en democracia.
Mientras el carro dejaba atrás su casa en la Villa Arturo Prat de Maipú, vecinos y familiares lo despedían entre aplausos,
Atrás, en un segundo auto, iban Brunilda y Anselmo, sus padres. Detrás de ellos sus primos, familiares y vecinos.
Fuera de la casa quedaban los restos de la velatón de noches anteriores. En medio de las velas, una camiseta de la U.
Abel tenía 29 años. Se había titulado hace poco de técnico en laboratorio y trabajaba en Franklin. De ahí pasaba martes y viernes a manifestarse a la Plaza de la Dignidad, antigua Plaza Baquedano. Fue ahí donde un paro cardiorespiratorio se llevó su último aliento.
Detrás de la familia iban 6 buses con vecinos y amigos, algunos de ellos barristas, quienes se encargaron de llenar de cantos el camino en memoria de Abel y también de rabia hacia Carabineros.
“Ya van a ver, las balas que nos tiraron van a volver”, gritaban desde uno de los buses.
Y algo de razón tiene esa rabia. Según la paramédica que lo atendió esa noche, en medio de bombas lacrimógenas y balines, Abel no sobrevivió por culpa de los carabineros. No le dieron chance al cabro de vivir, terminó diciendo.
Algunos de esos balines incluso impactaron la espalda de una funcionaria del SAMU que estaba ayudando.
Si bien la verdad final aún está en investigación, sí es posible asegurar que hubo cinco minutos claves en la muerte de Abel, cinco minutos que pudieron cambiar su destino. Cinco minutos que sin la dura represión de esa noche pudieron cambiar todo.
Su amigo Rodrigo Vergara estaba a su lado antes de que Abel sufriera el paro cardiorespiratorio. Según lo que sabemos, su corazón falló justo en medio de la algabaría, los fuegos artificiales y el canto de Oh, Chile ya cambió.
De ahí en adelante la historia es solo tristeza, pero también agradecimiento.
Estas son la palabras que Rodrigo dedicó a su amigo durante el funeral:
“Yo pensaba antes que la amistad era distinto a la hermandad. Yo pensaba el amor de hermano era incomparable al de un amigo. Contigo aprendí que es lo mismo. Tú me enseñaste que un amigo te quiere igual que un hermano. Tú me enseñaste que cuando se forma una amistad como la de nosotros, los amigos se convierten en hermanos. Siempre he escuchado que la vida se lleva a las mejores personas. Parece que te necesitaban con urgencia. Estoy seguro que los míos te darán un gran abrazo de bienvenida, y podrás sentarte con ellos a descansar en Paz“.
“Yo solo le pido a la vida que en el camino que me queda, pueda conocer gente como tú, hermanito, te quiero mucho, hermano“.
El dolor era grande esa tarde, y las palabras fueron acotadas. Uno de los que también habló fue un colega de su padre Anselmo, don Juan:
“Quiero agradecer por todos sus actos y lo que pasó. Supe que tuvo una larga enfermedad y la superó. Y a pesar eso, le doy gracias porque fue a dar su vida por todos nosotros”.
En ese momento Familiares y amigos aplaudieron. Todos aplaudimos.
A pesar de todo, había un sentimiento de orgullo. Un sentimiento de estar despidiendo a alguien que dejó una huella en su entorno. Así lo manifestaron sus compañeros, amigos, vecinos y familiares.
El sentimiento de que la vida les arrebataba a una buena persona. Pero al mismo una persona que decidió estar en ese lugar. Porque Abel creía en lo que hacía, y a pesar de sus complicaciones de salud, quiso estar ahí presente, pidiendo un país mejor para todos.
Esa tarde se encontraron dos generaciones en torno a su ataúd: una generación joven, quienes al igual que Abel han sido protagonistas de estas manifestaciones. Y otra generación adulta, quizás menos involucrada en las protestas, pero que como nadie sufre las consecuencias de una violencia irracional. De muertes incomprensibles como la de Abel.
O dicho en palabras de Don Juan:
“Ahí se ven los verdaderos hombres, porque él podría haber dicho estoy delicado de salud y no voy a ir. Estoy seguro que el no pensó. Fue a dar las gracias por su padre, por su madre, porque le volvieron a dar la vida por segunda vez. Agradecer y luchar por nosotros, por toda la generación, que nos dijeron que somos reprimidos. Y es verdad, todos los que teníamos 14 años para el 73 somos reprimidos. Pero ellos no”.
La ceremonia terminó con un último deseo de Abel: ser enterrado con el Himno de la Universidad de Chile, El Romántico viajero.
Así se fue Abel, entre lágrimas y gritos de dolor. En medio medio de cantos, aplausos y gratitud.
El último viaje de hombre que dio su vida por un Chile mejor.
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