Análisis: «Maipú Feliz»

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Hace apenas un par de días anunciamos a través de nuestra cuenta de facebook que La Voz está buscando nuevas voces en la comuna, que se expresen y promuevan el intercambio de ideas. Esta es la segunda columna que nos llega. La envía Edgardo Figueroa, quien cursa un Magíster en Ciencias de la Comunicación en la USACH y trabaja como editor de estilo y profesor.

Más que una columna, Edgardo reflexiona sobre el concepto de «Ciudad Feliz», que la administración municipal promueve. Todos invitados a leerla.

“Ciudad Feliz” es una frase que se repite en distintos espacios de la comuna de Maipú. Al parecer, y a la distancia de los pasillos municipales, se trata de la apuesta que el municipio de Maipú hace por estos días con el fin de establecer un nuevo concepto en la memoria de los vecinos.  Es el caballito de batalla detrás de la gestión del municipio. El sello del alcalde.

Una propuesta de este calibre sorprende, entre otras cosas porque la felicidad es un tema complejo de definir y más aún de alcanzar.  Por lo general, las municipalidades eligen frases más al alcance de la mano relacionadas con conceptos como  “seguridad”, “cultura”, “inclusión”, “progreso”.  Da la impresión que en la Municipalidad de Maipú quieren ponerse al día con las nuevas demandas ciudadanas, que ya no se limitan a las necesidades básicas para vivir.  Claramente existe mayor exigencia por parte de los ciudadanos, lo que se traduce por ejemplo buscar educación pero de calidad,  transporte pero eficiente; salud, pero a tiempo.  Esta tendencia no es nueva, y en el mundo de la publicidad hace tiempo que se percataron de esto y lo practican religiosamente: por eso los productos están cada vez más relacionados con aspiraciones, valores o experiencias, como con la felicidad (“destapa la felicidad”), o el prestigio social (“sólo para entendidos”), por dar algunos ejemplos.

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Más allá si una “ciudad feliz” es posible o no,  el tema invita  a discutir sobre los contenidos detrás de las propuestas.

Yo Prometo

Cuando uno escucha a los políticos, es posible darse cuenta que siempre prometen cosas. Por eso es bueno partir aclarando que una promesa es sólo la intención de hacer algo, lo que no significa necesariamente hacerlo. Una promesa (expresión de la voluntad) es un “yo quiero hacer”, y  por lo tanto se diferencia de un compromiso (obligación), en que este último es un “yo haré”, o sea que implica la condición de ser cumplido para ser verdadero. No así la promesa.

Las promesas significan una ventaja para el político: lo perfilan como una persona de nobles intenciones, de altas aspiraciones, sin necesariamente atarlo al cumplimiento de éstas. Una promesa puede verse también como una manera de excusarse de la desagradable tarea de rendir cuentas por lo declarado, una estrategia para conquistar voluntades. Una buena promesa es también una jugada inteligente y también necesaria, ya que posiciona al dirigente de una manera comunicacionalmente efectiva frente a su comunidad y le permite luego remitirlos a contenidos más amplios que complementan conceptos más resumidos; o convencerlos con un relato atractivo en torno a la realización de una gran tarea común que de otra manera resultaría poco convincente. Hay pues una dinámica de promesa siempre presente en la conducción de una comunidad.  ¿No fue sino la promesa de un dirigente la que sacó al pueblo de Israel de Egipto? Frases más contemporáneas como “gobernar es educar” (Pedro Aguirre Cerda), “socialismo en libertad” (Salvador Allende), o “un deporte, un país” (Nelson Mandela), aún resuenan en nuestra memoria y ayudaron a convocar grandes masas en torno a proyectos comunes.

Creer o no creer

Aun así, en el peor escenario, si uno cree de verdad en las promesas, y en particular en ésta, la de una ciudad feliz, lo primero sería preguntarse es cómo podríamos imaginar una ciudad feliz, ciudadanos felices. Es decir, si la promesa es verdad, ¿se puede cumplir? ¿cómo? O si por el contrario se trata de un compromiso ¿cuenta con la articulación necesaria para su correcto entendimiento?

A propósito de esto, el sociólogo alemán Jürgen Habermas fue muy crítico sobre el modo como los políticos influyen con su discurso la sociedad y por eso hablaba de “marketing político”, entendido como la estrategia que ciertos políticos usan con el fin de apropiarse del prestigio necesario para ser el centro del escenario en la discusión pública  y por el ende del poder.

¿Dónde deberíamos situar entonces este tipo de estrategias de marketing municipal? La respuesta dependerá de cómo la autoridad municipal entregue su mensaje, y cómo los vecinos lo recibamos. Podríamos pensarlo como un juego con dos caras: de un lado la oferta de la autoridad, y por lo tanto su grado de validez en función de la calidad de su contenido y la manera como lo presentan. Por otro lado, los ciudadanos y cómo ellos reciben este mensaje y juzgan su contenido. En pocas palabras, el grado de honestidad y astucia de parte y parte.

Entonces, a esta altura, podríamos pensar que en el caso particular del lema “ciudad feliz” estamos frente a una de dos opciones: una promesa vacía de contenido, pero rica en recursos de marketing; o una campaña bien intencionada pero mal articulada, donde los vecinos que leen la frase deben esforzarse enormemente por asociar la propuesta con las acciones, donde no existe un relato claro que acompañe la acción del organismo público. O tal vez haya una tercera alternativa, una eso sí que escapa a las conclusiones que uno podría sacar a partir de la información disponible al ciudadano de a pie, una que tal vez sólo sepan quienes están a cargo de esta estrategia; lo cual sería una enorme torpeza comunicacional.

Un simple ejercicio

Si un ciudadano se acerca a los canales de información, léase sitio web, podría reconocer allí el intento de dar un rosto amable a la difusión de las actividades del municipio. Esto se observa en las gráficas, los aportes multimediales (animaciones, videos, trabajo de diseño), etc. Un ejercicio simple e intuitivo es “pinchar” sobre el botón que dice “Ciudad Feliz”, lo que  nos lleva a una nueva página, donde se identifican áreas que parecen ser prioritarias: Plan de Desarrollo, Talleres, Salud, Becas, Casa Protegida y Remate. Sin embargo, y en la lógica de la “ciudad feliz”, sólo en la sección de “Plan de Desarrollo Comunal Participativo” se hace una breve referencia textual al concepto de felicidad, donde se señala “que una ciudad con barrios más desarrollados, es una ciudad feliz”.  En esto aciertan, ya que resulta razonable pensar en la relación entre el desarrollo del barrio y una ciudad feliz (ciudadanos felices). Sin embargo, en todos las demás secciones la relación no se infiere explícitamente ni por lejos.

Semánticamente, espacios como “Empleo y Emprendimiento”, “Maipú Verde”, “Zoonosis” (mascotas) o “Previene” parecen tener más relación con el concepto aquí en discusión. No obstante, los links de estas secciones conducen a sitios web independientes, cuya gráfica y “relato” guardan poca relación con una ciudad feliz, al menos en términos conceptuales.

Cierre

Por supuesto nadie podría pedir que un plan así tenga necesariamente que cumplirse. Tampoco sería razonable pedir que la municipalidad elabore un tratado sobre políticas públicas explicando su eslogan, ya que es entendible que estas instituciones locales no cuenten con unidades técnicas especializadas ni recursos para elaborar políticas públicas de alta complejidad.  La principal queja es la falta de explicitación y articulación de los conceptos al ciudadano común.

Una ciudad feliz es sin duda un bien querido por todos, sin embargo quien se embarca audazmente en presentar una propuesta de esta magnitud debe al menos ser capaz de compartir con la comunidad una mínima fundamentación detrás de lo que busca materializar.

La publicidad invita al debate, y la discusión recién comienza.

Edgardo Figueroa M.

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