La vida, a veces, se resuelve en detalles. Y las desgracias, no son más que una concatenación de hechos fortuitos. Estar en el lugar incorrecto a la hora equivocada. Eso bien lo sabe Ema Vásquez y su esposo Salomón Aedo, quienes el 21 de agosto de 2021 caminaban desde su casa, próxima al paradero 9 de Pajaritos, con destino al HomeCenter Sodimac.
Iban en busca de una mejora para su hogar. Habían visto un “techito para poner en la puerta de entrada de su casa”. Una especie de toldo que les permitiría entrar y salir del domicilio sin una gota de lluvia en la cara en ese y los próximos inviernos.
Caminaban tranquilos por Calle Monvoisin y Pajaritos estaba a unos metros. De pronto el techito se convertía en la última de sus prioridades. La primera, al menos para Salomón, era sacar a su mujer, atrapada bajo un cierre perimetral que, tras una ventolera, se había derrumbado de forma sorpresiva.
Él iba caminando más cerca de la calle, y en un reflejo felino logró escapar. Ema, su mujer, no corrió la misma suerte. Tras ellos, como un testigo mudo de la negligencia humana se erigía el edificio Alto Pajaritos que la Constructora Copahue promocionaba -por esos días- como un proyecto habitacional en la comuna.
Un año y 9 meses después, Ema vuelve a hablar sobre un accidente que le cambió la vida y del cual nadie se hace cargo. Entremedio, tuvo que gastarse todos sus ahorros para intentar volver a una normalidad que ese día fue interrumpida. La historia, sin embargo, comienza antes. Quien mejor que Ema para contarnos lo que ha pasado.
“Mi esposo me dice salta, pero yo no le entendí”
Caminaban a paso tranquilo cuando el viento comenzó a soplar con fuerzas. Emma rememora: “yo lo único que escucho es la voz de mi esposo que me dice salta. Yo no le entendí, lo único que vi fue una mancha, era como un de polvo que venía hacia nosotros y fue cosa de segundos. Yo no alcanzo a reaccionar y lo único que siento es que me cae algo pesado en la espalda, en todo el cuerpo prácticamente. A mí me quedó la pura cabeza fuera porque se derrumbó todo el cierre perimetral”, dice.
Salomón zafó de forma milagrosa, pero su esposa yacía ahí, atrapada bajo un cierre perimetral. Intentó rescatarla, pero la estructura hecha con maderas, planchas de OSB y alambres de púas, se lo impedían.
Ema escuchaba todo, pero impotente ante la situación nos cuenta que “no podía salir, sentía mucho peso en la espalda”. Los autos pasaban a metros; algunos miraban en ese transitar, pero nadie se detuvo para dar una mano. De pronto la suerte volvía a estar del lado del matrimonio. Un joven que transitaba por el lugar se percató de lo sucedido. “Yo les ayudo”, les dijo.
La suma de las fuerzas permitió darle a Emma la oportunidad de arrastrarse un poco. Ya estaba casi fuera. No sabían bien que hacer, sin embargo comenzaron a escuchar sirenas. “Viene una ambulancia, o carabineros”, reconoce haber pensado. Se equivocó. Eran bomberos que acudían pues un voluntario vivía al frente y vio el derrumbe.
Los bomberos tenían las máquinas necesarias para rescatarla. Ella escuchaba los cortes que hacían y pedía que todo pasara rápido.
Ese día la ambulancia debía llevarla al Hospital El Carmen, pero el chofer les indicaba que estaba colapsado. La familia determinó que la dejaran en la Clínica RedSalud de Pajaritos. “Estuve hasta como las siete de la tarde. Esto ocurrió más o menos como a las 10:30 de la mañana. Ese día, como a las 18 hrs llega Carabineros para que les contara que había pasado. Yo les conté y ellos hacen un parte nada más y se van”.
Al otro día Ema acudió a la posta, donde le sugirieron buscar un traumatólogo experto en hombros, porque esa fue la zona donde más daño físico tuvo. Su hombro se salió de su posición. Junto a su familia averiguaron para encontrar al mejor médico y dieron con él. El doctor atendía en la Clínica UC de Marcoleta y recomendó -por la edad de Emma- no operar de inmediato.
El facultativo quería ver la evolución, y para eso la tuvo inmovilizada 6 meses. Su vida no sería más la misma.
Los ahorros, una fiesta frustrada y la pérdida de su ingreso
La vida de Ema Vásquez y Salomón Aedo no dista mucho de la de cientos de miles de adultos mayores del país. Ambos seguían trabajando para vivir tranquilos. Ella cuidaba un par de niños de madres que trabajaban hasta tarde. Después de salir del colegio, ella los recibía. Por eso recibía un pago.
De pronto pasó de ser cuidadora a ser cuidada. Tuvo que contratar a una persona que la ayudara. “Imagínense que quedé toda morada y sin poderme mover. Inmovilizada, me tenían que ayudar a comer, a vestirme, a hacer todo”, cuenta.
Ese año el matrimonio celebraría 40 años y Ema Vásquez había sacado todos los retiros, y el dinero estaba guardado para celebrar una vida juntos. Como una broma del destino, el dinero ahora cubría médicos, cuidadora y luego kinesiólogo. Porque Emma ha tenido que costearse todo y hoy plata ya no queda.
Los dolores eran inmensos y la morfina ayudaba a resistirlos. Fue en ese periodo que un representante legal de Constructora Copahue SpA la llamó por teléfono. Les dijo que cualquier cosa que necesitara, bastaba con avisar. “Yo le dije no estoy en condiciones de ni siquiera poder hablar así que habló con mi hijo y le dijo porque yo no estaba en condiciones”.
Luego el representante fue a su casa. Emma le mostró en la televisión de su domicilio el video con lo sucedido. Además le entregó la lista de gastos. El funcionario de Copahue SpA le indicó que ellos “tenían seguro para todo”. Así que la conminó a no preocuparse, asegurándole que habría un arreglo. Pero nada de eso sucedió.
El camino de la justicia de Ema Vásquez
Misteriosamente apareció un abogado, que le pedía $500.000 cada dos meses para llevar adelante el caso. “Yo me comprometí a cancelarle a él 500 mil pesos cada dos meses más o menos. Yo le decía que cómo lo iba a hacer si yo quería primero arreglarme mi brazo y tenía que pagar las atenciones y no estaba en condiciones de pagarle. Yo no podía tener esos costos”, recuerda.
Luego fue otro abogado, con el que no hubo acuerdo. Finalmente apareció un tercer jurista que acordó llevarse un porcentaje de la indemnización. Un trato que le permitió a Ema focalizar el dinero en su recuperación.
Una querella por cuasi delito de homicidio fue presentada y tuvo que ir a la PDI de Ñuñoa a declarar. Hace 6 o 7 meses el abogado le dijo que llamó a la empresa liquidadora de seguros de Copahue SpA y le ofrecieron $500.000 a ella y $500.000 a su marido. En total, un millón de pesos. No los aceptaron, pero les enviaron un mensaje. “Nos dijeron que tomáramos asiento”, en referencia a que el caso se alargaría. Y así ha sido.
Una vida alterada e instituciones que no se hacen cargo
Para Ema Vásquez el millón de pesos ofrecido fue un insulto. Las sesiones kinesiológicas a domicilio le costaban $250.000 el pack de 10. Y tuvo que contratar más de un pack. El médico particular subió el valor de la consulta de $50.000 a $60.000. A eso hay que sumar medicamentos, cuidadora y lo que Emma dejó de percibir al no poder seguir trabajando.
En medio de una cuenta bancaría que se vaciaba, Ema fue al Municipio de Maipú, acompañada de una vecina, buscando ayuda jurídica. “Una vecina me acompañó a un departamento que tiene la Municipalidad de Maipú en cuanto a asesoría legal. Llegamos temprano y todo, pero cuando entramos el joven me dijo que esto lo tenía que hacer a través de un abogado particular porque esto era largo engorroso. Yo le dije bueno, ¿la Municipalidad algún cuento tendrá en esto? porque yo le dije cómo es posible”.
Ema dice que esa construcción fue autorizada por el municipio y se cuestiona que nadie haga nada por fiscalizar. A las semanas del incidente, la constructora volvió a hacer el cierre, pero metros más adentro. Si se caía, esta vez no llegaría a la vereda el derrumbe.
De la televisión fueron de un matinal a grabarla a su casa. El caso, mágicamente se hizo nada y no salió.
Sanando lo físico y luchando contra el daño sicológico
La recuperación del dolor en el brazo ha sido lenta. Ema agradece que la operación -de momento- no ha sido necesaria. Imagina los costos que habría acarreado y sabe que no hubiera podido. En medio de su crítica a la empresa y las instituciones, se da un tiempo para reconocer lo bueno.
Es el CESFAM Dr. Luis Ferrada donde Ema Vásquez ha encontrado apoyo sicológico. A ella le duele incluso salir a su patio. Desde su casa, ve el edificio donde su vida quedó truncada. Hoy, evita pasar por cualquier edificio. Esas moles de cemento, le recuerdan un episodio doloroso de su vida.
Se llama trastorno de estrés postraumático y a través de un documento firmado por la sicóloga del CESFAM se acredita que “a raíz del accidente, Emma ha visto una interrupción significativa en los distintos ámbitos de su vida, los cuales no le han permitido retomar su rutina previo a su accidente”.
Y es que el dolor puede ir quedando atrás, pero en este caso no ha habido reparación ni justicia.
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