Opinión

Los campamentos siguen ahí: nosotros no queremos verlos

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machuca

Varios hemos visto alguna vez un campamento.

Cuando me devolvía a mi casa en Villa Santa María de Maipú, pasé frente al puente que cruza la autopista del sol y me acerqué a mirar, porque arriba del puente había un auto con un letrero amarillo de estos que ponen en las autopistas. Al cruzar una precaria reja que nos “protege” y divide de la autopista que colinda con un parque, me fui al puente para hablar con la persona que estaba en aquel auto, esperando que me diera información sobre unos pilares instalados hace pocos días allí.

A pesar que vivo en la villa hace unos 7 años pero en el sector como 17, nunca había ido al famoso puente. Una de mis hijas había cruzado, en aquellos años en que el puente no era tema de delincuencia como ahora.

Me contaba de lo bonito del lugar, que era un terreno muy grande, de unas pequeñas lomas, pasto y espacio abierto, que para fiestas patrias se llenaba de personas que elevaban volantines por lo grande del lugar, el viento y sin edificaciones, pero me encontré con un panorama totalmente diferente. Vi que al otro lado del puente había un campamento.

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Casas de precaria fabricación, de madera sucia por la tierra, afirmándose una al lado de la otra, como tratando de luchar por no caer por el fuerte viento que corría a esa hora, en aquel terreno de tierra, seco y abierto a la inclemencia del clima y de miles de autos que circulan por allí.

Me llamó la atención que algunas casas tenían erguida la bandera de Chile, aunque rotas en sus extremos por el clima, como llamando a hacer patria.

No pude evitar sentir una cierta nostalgia, pero negativa y recordar un campamento que estaba cerca de mi casa donde viví mi infancia y adolescencia que se levantó en los años de dictadura, en los terrenos que ahora son la Villa del Profesor en Estación Central. Donde tenía amigos, que también iban al mismo colegio que yo, que me invitaban junto a mi mamá a su casa y nosotros a la nuestra. Donde nos invitaban a cumpleaños, tomar once o simplemente jugar.

Nunca he considerado que vengo de una familia de algún estrato social alto, pero en aquel entonces el que nosotras junto a mi abuela y tío viviéramos en una casa de construcción sólida, era un «lujo».

Y cuando digo sólida, me refiero a totalmente de cemento y que mi ropa no estuviera remendada o mis zapatos llenos de polvo nos hacía ser una especie de “ricos” frente a ellos. O parecía que veníamos de otro planeta, porque así me sentía yo cuando iba a verlos:, una especie de extraterrestre en aquel campamento.

Me pregunto ahora, a mis 45 años que será de ellos. Recuerdo que entre alegría y tristeza para ellos y para nosotros los vimos partir ya que fueron desalojados o los trasladaron por decirlo así a unos edificios que supuestamente les brindarían una vida mejor. Edificios que quedaban muy lejos de donde vivíamos, en lo que hoy es la Panamericana Sur.

Recuerdo que eran unos edificios rojos que no sé si aún existirán, que en aquellos años se les decía las casas o edificios hormiga.

Mientras veía aquel campamento recordé la película Machuca, cuando el niño rico iba a la casa de su amigo, Pedro Machuca y lo veían tal cual me veían a mí, como un ser superior o extraterrestre como me sentía yo, solo por el hecho de no vivir en un campamento.

A pesar de los años, de que tanto se habló de terminar con los campamentos que se levantaban por todo Chile en tiempos de dictadura y de darle a aquellas familias una casa digna donde vivir, desde que terminó el Gobierno Militar, llegó la “Alegría” y ahora vivimos en los “Tiempos Mejores”, aún siguen existiendo y levantándose los campamentos en todo Chile. Campamentos que son un reflejo, aunque muchos no lo quieran reconocer, de que la desigualdad en Chile sigue igual y con los años peor.

Que Santiago sigue siendo la misma ciudad horrible de mi infancia llena de desigualdad, no solo de construcción de viviendas si no de oportunidades en educación, salud y trabajo para todo aquel que aspira a una vida plena y mejor para sí mismo y su familia.

Cindy Pizarro Toledo,
Vecina de La Farfana

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