A las 22 hrs del día del viernes 30 de septiembre en el Bar Panguipulli, el cantante nacional Mauricio Castillo o “Chinoy” iba a dar el que sería su tercer concierto en Maipú. El trovador, pintor y poeta oriundo del Puerto de San Antonio, reaparece, renovado, más maduro y con sus letras que remecen conciencias.
Con dos preventas y venta de entrada en puerta ($10.000), el músico repletó el lugar, en lo que fue una experiencia -a todas luces- íntima y donde Castillo se mostró generoso al interpretar sus temas más conocidos.
El Panguipulli, mítico bar a cargo de Carlos “Moño” Muñoz, está enclavado en un barrio de Maipú y como tal, presenta una arquitectura -si se quiere- que rememora a los bares de los puertos de la Quinta Región. Quizás por ello, Chinoy se sintió como en casa.
Y tal vez por lo mismo es que se mostró tan generoso a la hora de compartir con el público y obsequiar sus más grandes composiciones.
Llegamos a las 22:30, corriendo para no perder la reserva y Castillo, a esa hora, se encontraba como uno más fuera del bar. Se tomaba fotos y firmaba discos. Luego ingresó a la barra y pidió una cerveza negra. Un shop de medio que lo acompañó durante la hora en que encantó con sus música, la que acompañó de lectura de poemas de sus libros Venusterio, Velocidad Crucero Velocidad Lucero e Inspirón.
Acompañado por la sencillez que ofrece la mítica “Guitarra de Palo”, el artista tocó un par de canciones de sus discos más nuevos, hasta ofrecer su mítica canción “Klara”, que por años se mostró esquivo en interpretar.
Chinoy: de vuelta al origen
En algún momento de la historia de la música nacional Chinoy se transformó en un murmullo. Sin un disco editado, sus canciones aparecían en YouTube y el boca a boca decía que el Puerto de San Antonio había parido un trovador.
En mi caso lo conocí, presentado por Manuel García, como telonero en un concierto de Pedro Aznar. Su voz metálica, como un grillo que mezclaba susurro, sollozo y rabia fue como una lanza, que me conmovió. De ahí en adelante, seguí sus pasos y lo vi irse por el mundo de gira.
Y de pronto el silencio. Porque en la carrera de Chinoy abunda el arte, pero escasean los discos. Hoy está de vuelta. Ya no es el de antaño. Al contrario. La nueva versión del músico es más reposada, pero sin renunciar a la furia, a la magia que ofrecen sus espectáculos en vivo.
Esa noche en el Pangui, sonó Klara, Carne y Alma de Gallina y Que Salgan los Dragones. ¿Qué quieren escuchar? Pregunta el músico y “Llegaste de flor” suena como una de las respuestas.
Y ahí está el artista que complace al público. El mismo que cuenta que cuando pequeño vacacionaba donde un primo en “El Abrazo” de Maipú. Y que desde ese Maipú caminaban al centro de la comuna.
Prometió volver al Panguipulli y se quedó vendiendo libros y firmando autógrafos. Se fundió en un abrazo con un primo que llegó al final del recital. Y por horas estuvo en su mesa, acompañado de sus afectos. Fue uno más en una noche mágica.
El público se fue contento. Y el Panguipulli demostró que está llamado a ser el boliche cultural por excelencia en la histórica comuna de Maipú.
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