Maipú posee particularidades que rara vez se repiten en otras comunas de Chile. Estas diferencias, de algún modo, han forjado el carácter de sus habitantes, especialmente de aquellos que han vivido aquí toda su vida o que, como en mi caso, nacieron en este territorio.
Una de esas singularidades son los llamados barrios industriales o villas obreras, aunque esta última denominación no siempre refleja el espíritu emprendedor de muchos maipucinos que prefieren no reconocer su pasado ligado al trabajo fabril. Permítanme contarles: las villas industriales fueron asentamientos urbanos que surgieron a partir de la llegada de diversas industrias a la comuna, transformándose en un fenómeno que modeló tanto la identidad cultural como la vida cotidiana de Maipú.
Yo crecí en la Villa Anasac, donde mi padre, don Juan Contreras Díaz, trabajaba en la Agrícola Nacional durante los años sesenta. Al lado, justo por calle Carmen, estaba la Villa Williams; un poco más allá, en la intersección de Huáscar con Campanario, se encontraba la Villa Grundig. Siguiendo por Avenida Sur hacia el poniente, aún se levanta la Villa Caribe. A finales de los años setenta y durante los ochenta, los jóvenes nos identificábamos por la villa de la que proveníamos.

Algunas investigaciones dan cuenta de este gran «salto» de un Maipú agrícola a uno industrial, un cambio que no solo alteró el paisaje, sino también los modos de vida de sus habitantes. La formación de villas generó espacios sociales claramente delimitados, y era común escuchar frases como “Yo soy de la William”, “Yo de la Fiat” o “Nosotros de la Somela”.
Incluso la procedencia de una villa determinaba ciertos aspectos sociales de antemano. No era lo mismo pertenecer a la William O’Neill que a la Anasac. Aunque ambas villas eran de raíz obrera, la William O’Neill gozaba de un estatus más alto. En cambio, en la Villa Anasac, donde vivía mi familia, muchos vecinos trabajaban como cargadores, acomodadores de sacos o como operarios de las máquinas de coser sacos de trigo, como fue el caso de mi padre. Estos sacos se vendían tanto en el mercado nacional como en el extranjero.
A partir de estos mismos ideales comunitarios surgieron nuevas villas industriales, como la Patrona de Chile, Abraham Lincoln, Villa El Rey, Villa Caribe y William O’Neill. En muchos casos, fueron los propios trabajadores quienes impulsaron la compra de terrenos para levantar sus viviendas. Formaban cooperativas, reunían fondos, trazaban las calles y organizaban el proceso de urbanización.
Durante varios años, los fines de semana se transformaban en jornadas de construcción colectiva: obreros, vecinos y familias enteras levantaban sus casas hombro a hombro. La idea era edificar en base al esfuerzo común, compartiendo trabajo y experiencias.
Las primeras casas comenzaron a finalizarse hacia 1957. Sin embargo, con el paso del tiempo, el entusiasmo decayó. En 1959, en la casa del presidente de la junta de vecinos, don José Segovia (ubicada en Elizabeth Heisse 343, entonces conocida como Calle 3), se realizó una asamblea para contratar a una empresa constructora que terminara la población. La CORVI (Corporación de la Vivienda) se sumó en esta última etapa, facilitando un préstamo con bajo interés y otorgando un plazo de 20 años para su pago. Así, el proyecto iniciado en 1948 pudo finalmente concluirse.
Maipú, entonces, no solo creció en infraestructura, sino también en espíritu comunitario. Su historia de esfuerzo compartido sigue latiendo en la memoria de quienes amamos este terruño. Recordarlo y escribirlo es una forma de reencontrarnos, desde el corazón, con ese Maipú que, de algún modo, se nos ha ido, pero que sigue vivo en nuestra historia común.

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