No es casualidad que diversos historiadores coincidan en señalar la Batalla de Maipú como una de las más cruentas libradas en América. El nivel de brutalidad desplegado por ambos bandos en los remotos páramos de los Cerrillos del Maipo ha sido objeto de estudio por expertos, historiadores y apasionados de las gestas independentistas del Cono Sur.
Entre los testimonios que la historiografía nos ofrece, destaca el de Samuel High, un comerciante inglés testigo presencial de la batalla. En sus escritos, High relata que la ferocidad desatada en Maipú superó con creces la violencia de las batallas napoleónicas en Europa.
En el sector de Rinconada, a la altura de lo que hoy es la Casa de la Cultura, se atrincheraron los últimos realistas, liderados por el implacable Ordóñez, determinados a resistir hasta el final por la causa del rey. La ofensiva contra este reducto monárquico fue encabezada por el Batallón Cazadores de Coquimbo. Sin embargo, los realistas, parapetados estratégicamente, desataron una lluvia de balas que dejó a los jóvenes soldados patriotas tendidos en el angosto sendero que conducía a la hermosa, aunque ensangrentada, hacienda Lo Espejo. Más de 250 combatientes quedaron heridos, y la mayoría sucumbió bajo la despiadada fusilería enemiga.
La Batalla de Maipú culminó cerca de las cinco de la tarde, sellada por el efusivo abrazo entre los próceres y los parabienes que la historia ha inmortalizado. Sin embargo, sobre el campo de batalla quedaron 2.500 muertos, ajenos al júbilo de los vencedores.
El misterio de los caídos en La Batalla de Maipú

Una de las preguntas que ha intrigado a historiadores e investigadores es: ¿Dónde y cómo fueron sepultados los muertos de la batalla de Maipú? ¿Cuál fue el lugar elegido para dar descanso a patriotas y realistas, unidos en la muerte, más allá de las ideologías que los enfrentaron?
El testimonio más recurrente proviene de Benjamín Vicuña Mackenna, quien recopiló relatos de testigos presenciales del entierro, entre ellos un campesino llamado Marcos Díaz y un hombre de origen indígena, Tadeo Macaya. Según estas narraciones, un joven llamado Cirilo Álvarez guió a Vicuña Mackenna al lugar donde supuestamente descansan los restos de los caídos.

Sin embargo, hasta hoy, el sitio exacto sigue siendo un enigma. Intentos recientes por resolver esta duda incluyen la investigación liderada por el doctor Lucio Cañete, académico de la Universidad de Santiago. Su equipo, con herramientas modernas, intentó localizar los restos de los más de 2,000 combatientes, quienes, hasta la fecha, no han recibido ni el reconocimiento patriótico ni un lugar digno de descanso.
Las hipótesis y los relatos conocidos
La posibilidad de que los cuerpos fueran incinerados es poco probable. Más viable resulta la teoría de una fosa común, práctica habitual en las batallas del siglo XIX. Según relatos orales, un carretero maipucino de apellido Espinoza, junto con prisioneros realistas, soldados patriotas y otros trabajadores, se encargó de enterrar los cadáveres.
Este arduo trabajo, que habría tomado cinco días, dejó más de 2,000 cuerpos en una gran fosa común, sin distinción de rango, nacionalidad o procedencia. Según la familia de Espinoza, que transmitió esta historia de generación en generación, hubo un intento fallido de quemar los cuerpos antes de optar por enterrarlos.
Una antigua vecina, Petronila Calderón, narraba que en el lugar donde descansan los combatientes caídos se veían, durante la noche, pequeñas luces en forma de mariposas emergiendo de la tierra, como un misterioso recordatorio de su sacrificio.
Reflexión final
A pesar de los esfuerzos por desentrañar este misterio, aún no sabemos con certeza dónde se encuentra el osario que guarda los restos de esos héroes anónimos. Es probable que nunca lo sepamos.
Mientras tanto, queda el consuelo de soñar con una patria que honre, aunque sea en espíritu, a quienes entregaron su vida por la libertad.
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