El PPD, ese extraño misterio

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En la historia de Chile ha habido partidos políticos para todos los gustos… y, también, para muchos disgustos. Así lo ha mostrado la notable investigación de Jaime Etchepare. Pero si en los últimos 20 años ha habido una colectividad en sí misma extraña, ésa es el PPD.

Tan raro es el partido eje de la Concertación, que originalmente, a fines de los años 80, pretendió agrupar a todas las colectividades por el “No”, pero terminó siendo sólo el resumidero de los inclasificables. Tan extraña es la agrupación, que como bien ha dicho la no menos curiosa Carolina Tohá, “siempre que alguien en el PPD ha perdido, ha terminado fuera del partido”; y ProyectAmérica agrega que “las fuerzas políticas en choque en el PPD podrían ser el detonante de un quiebre en el conglomerado”. Tan especial es, que se ha caracterizado a sí mismo como instrumental, aun considerando que, por definición, todo partido político no es más que un instrumento.

Pero entonces, ¿en qué consiste estar dentro, si es tan fácil irse para afuera? ¿Cuál es la entidad del PPD, si por el ejercicio de una elección democrática el partido puede quedar dividido en dos o más nuevas agrupaciones? ¿En qué consiste lo instrumental?

Una coordenada aparece clara respecto del PPD: formar parte de la colectividad es haber asumido el socialismo liberal. Bueno, entonces, ciertamente sus contornos así definidos explicarían por qué quienes pierden elecciones se van: se debería a que su particular visión del socialismo liberal ha sido derrotada y buscan una mejor opción —fuera del partido— para poder llevarla a cabo.

Pero no, no es ésa la explicación, porque en realidad el engendro llamado socialismo liberal da para todo y es la nada; admite cualquier cosa y no rechaza ninguna… mientras no sea un conservantismo declarado. O sea, el socialismo liberal está mandado a hacer para que una colectividad permanezca unida dentro de la mayor diversidad, articulada en torno a un engrudo tan elástico como vinculante, sin que aquella ideología tenga la densidad suficiente para distinguir o rechazar. Ése es su carácter instrumental. 

Por eso, el socialismo liberal del PPD podría incluirlos a todos: a laguistas y a girardistas, a floristas y a tohístas, a schaulsohnistas y a avilistas; acogió, por cierto, incluso a liberales de derecha que coquetearon con el socialismo para distinguirse de su propio pasado. 

Y entonces, ¿por qué se han ido, y quizás sigan abandonándolo, muchos de sus militantes?

La razón es otra: el PPD es el partido de las carencias, el partido de los incompletos. Están ahí quienes son insuficientemente democratacristianos como para militar en la DC; quienes son socialistas a medias y no encajan en el PS; quienes se inclinan al radicalismo, pero no confían en el PRSD; quienes, en fin, fueron comunistas, pero no tanto…

Mucho menos que un instrumento eficaz, el PPD ha sido sólo un punto de encuentro de los desorientados, casi una asamblea de los desconcertados. Con el paso de los años eso les ha ido quedando claro incluso a sus más acérrimos militantes. Y por eso, vitalmente desubicados, algunos lo abandonan, buscando otros rumbos.

De ahí la gravedad de que ese partido haya sido el eje de la Concertación y la posibilidad de que, con su deterioro, en la oposición no quede ya pegamento disponible para unir —tarea que ha realizado durante más de 20 años el ambiguo PPD— a elementos tan dispares como lo son efectivamente los restantes miembros del conglomerado concertacionista.

Cuando las hojas del PPD se caen —y muchas otras seguirán planeando hasta el suelo, una a una—, se desgajan de un árbol sin raíces, de una mata que es puro follaje. Y dejan a la Concertación más desarticulada que nunca.

Por Gonzalo Rojas

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