Opinión: En defensa de Cathy Barriga, en contra de la hipocresía política

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Esta columna va dirigida al 35,8% de las y los maipucinos que votaron por Cathy Barriga, pero también al 31% que votó por Christian Vittori.  

Lo primero es preguntarle a los lectores qué esperaban. Es decir, ¿qué esperaban tras elegir como alcaldesa de Maipú a Cathy Barriga? En la vida, como en el amor, como en la política, las expectativas de las personas con frecuencia rondan el terreno de la irrealidad.  Por eso, es necesario que cada ciudadano que votó por la actual alcaldesa responda esta pregunta en la intimidad de su ser. ¿Qué esperaban eligiendo a un rostro de televisión como alcaldesa de Maipú?

Me atrevo a adelantar una respuesta. Muchos dirán que era una forma de traer un cambio a la comuna. En eso no se equivocaron. Sin duda hemos visto un cambio radical. Queda al juicio de los lectores si este cambio ha sido para mejor.  

De figura de televisión a alcaldesa

Pero vamos por partes. Cathy Barriga  saltó tempranamente a la fama a través del personaje Robotina en  el programa de culto de los 90 Maldita Sea (Canal Rock & Pop).  Ahí hacía de un robot que conectaba llamadas, mediante conexiones en su cuerpo. Más tarde reapareció en programas como Mekano y otros, donde  logró sobrevivir la televisión en su formato más frívolo, superó críticas e hizo de tripas corazón para mantenerse vigente y finalmente ganar el aprecio de la audiencia.

Su ambiente natural es el capitalismo, representado en la metáfora de un reality show o la pelea por ganarse el favor de la cámara en un set. Lo notable es que Cathy asume todo esto sin complejos. Algo que para la izquierda tradicional resulta un verdadero escándalo. Más que criticar, se nos ocurre, ese sector de la izquierda debería aprender a asumir sus propias ideologías sin complejos y dejar de esconderse tras eslóganes vacíos y engañosos.

En ese sentido, reconocemos a Cathy Barriga como una persona valiente. A diferencia de otros, no se avergüenza de lo que es y encara con entereza su estilo, por equivocado que nos parezca.  El chileno promedio lucha diariamente con su autoestima, y nos es difícil reconocer los méritos ajenos. Cathy es para el común de la población una persona exitosa, y tiene objetivamente una gran  influencia como rostro televisivo. Un activo que la UDI supo sacar provecho hábilmente.

“Si te conoces a ti mismo, pero no conoces al enemigo, por cada batalla ganada perderás otra”

Hay un sector que critica a Barriga con dureza a Cathy pero es incapaz de sacarse las anteojeras ideológicas. En eso delatan la pobreza de su capacidad reflexiva y el viejo dogmatismo casi religioso de que “aquel que no está a mi favor está en mi contra”.

Pero intentemos entender parte de sus acciones.

Cuando Cathy permite que el comercio callejero se tome el centro de la comuna, abre una oficina con cursos para encrespar las pestañas u ofrece el modelaje como alternativa de desarrollo es sincera.  Es decir, ofrece las mismas oportunidades que ella utilizó para surgir. Uno puede estar estética, ideológica, administrativa o políticamente en desacuerdo con la alcaldesa, pero sería deshonesto desconocer la intención tras su actuar, y la consistencia de la persona detrás del personaje.

Por eso es necesario separar las competencias de cada persona y juzgar a cada cual por sus méritos. Si en las próximas elecciones Karol “dance” Lucero decidiera ir por candidato alcalde por Maipú, ¿qué esperarían los votantes? ¿Esperarían acaso que fuera un gestor de la alta cultura? ¿O acaso alguien cree que levantaría una cruzada por el rescate del acervo patrimonial de Maipú?, ¿O alguien cree que vaya a implementar políticas públicas que mejoren la eficiencia del gasto o la rehabilitación de espacios públicos en base a un programa de urbanización inteligente? Lo más probable es que no. Si bien Karol Lucero es un destacado comunicador de la farándula criolla, probablemente sepa menos que usted o yo sobre políticas públicas y mucho menos aún sobre las necesidades de una comuna tan diversa y grande como Maipú.

No. El problema de fondo no es Cathy Barriga

Pastelero a tus pasteles,  asesor a tus asesorías

La administración de Cathy Barriga ha tenido serios problemas y todas las irregularidades deben ser investigadas, pero no nos equivoquemos.  Una cosa es el análisis riguroso de su gestión, y otro muy diferente es el ataque artero con fines meramente electorales.

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Barriga se equivoca al despedir a 300 funcionarios ignorando las consecuencias jurídicas de su acción. Sin embargo,  no estaba tan perdida en la sospecha que hay gente que ocupa cargos simplemente por amistad política. Y aquí el silencio cómplice recae sobre todos quienes hoy rasgan vestiduras pero omiten mencionar las personas que ostentan cargos solo por haber participado en una campaña, responder al pago de algún favor político, o como un premio a su militancia política.

La responsabilidad de la administración debe recaer también sobre los hombros de los asesores de Barriga, quienes fracasaron en aconsejar eficazmente a la edil en traducir su intuición política en acciones razonables dentro del marco jurídico y del sentido común. Del mismo modo, Barriga es responsable por no acatar los consejos de sus asesores políticos más cercanos, o simplemente carecer del poder político o el conocimiento suficiente para elegir a los más competentes. Chile no es una tecnocracia y rol de los asesores es clave en el apoyo a las autoridades democráticamente electas.

El factor Trump y la ambición personal

La llegada de Cathy Barriga, similar a lo que pasó con Donald Trump aunque a menor escala,  fue un remezón a la clase política maipucina, acostumbrada a la calculadora chica y el mínimo esfuerzo.  

Para explicar esto es necesario entender el contexto en que se dieron las elecciones el año 2016. Se sabe que en Maipú hay alrededor de un 30% de personas que votarán por la derecha a todo evento. Por lo tanto, era de esperar que si la centro-izquierda llevaba dos candidatos o más la dispersión de votos  permitía que Cathy Barriga ganara sin dificultad. Dicho y hecho.

El entonces candidato Christian Vittori –en un acto de soberbia aún inexplicable– decidió saltarse la vía institucional e ir por fuera de su partido, la Democracia Cristiana,   cargando solo y sin pedir disculpas la mochila de un juicio por el caso basura. Freddy Campusano, por su parte, fue el justo ganador de las primarias internas de su partido para las elecciones del 2016. Sin embargo, la dispersión de votos hace que Vittori se lleve gran parte del electorado. Así las cosas, Campusano terminó con 17 mil votos y,   ante todo pronóstico, Vittori se lleva 30.600 acercándose por muy poco a los 35.300 de Barriga. El cálculo es fácil, juntos Vittori y Campusano sacan 52.000 votos, casi el doble de Cathy Barriga.

El votante de izquierda que hoy sienta enojo por el estado de las cosas debe ir a golpear las puertas de quienes fueron los principales responsables de este descalabro: Christian Vittori, la Democracia Cristiana y –en menor medida– Freddy Campusano.

Vittori 2.0 y un futuro preocupante

Cabe entonces dirigirse a los 30.000 votantes que le dieron el voto al ex edil, y preguntales ¿qué esperaban al votar por Chrisitan Vittori?   ¿Dónde estaban los partidos de la Nueva Mayoría cuando se realizaron las negociaciones para elegir al candidato más competitivo y democrático? ¿Qué tienen que decir los miles de maipucinos que no fueron a votar por comodidad  o despecho?

Por otra parte, quiénes hoy lanzan dardos furiosos contra la alcaldesa omiten el amiguismo y compadrazgo que venía funcionando en los cargos de la Municipalidad de Maipú por décadas. Nadie ha salido aún a criticar «el mecanismo» que convierte un cargo en un premio al apoyo en campaña, donde los operadores políticos se pasean tranquilamente por juntas de vecinos y donde las  uniones vecinales se ofrecen al mejor postor. Una realidad que no parece haber cambiado mucho.

Una vez enfrentadas estas interrogantes,   las críticas a la gestión actual son bienvenidas y aplaudidas.  Quien ignore esto, condena sus críticas al descrédito de la hipocresía.

Mientras tanto, crece el rumor que  Christian Vittori cuenta con un cupo para volver a competir para ser alcalde. Tampoco es misterio el despliegue comunicacional y territorial de Freddy Campusano, ahora desde la independencia política tras su renuncia a la Democracia Cristiana.  Eso sin contar las ambiciones legítimas de cada partido de la Nueva Mayoría y el Frente Amplio por pelear la alcaldía.

No hace falta ser un analista político para advertir que la historia de la dispersión se puede repetir

La pregunta final recae sobre los votantes. ¿Qué clase de gobierno quieren para su comuna?  Si todo sigue el curso hasta ahora conocido, deberemos resignarnos al sabio refrán que reza: “todo pueblo tiene el gobierno que se merece”.

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