Nos llueve sobre mojado: Mi experiencia en el sistema de salud mental público

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Antes de empezar de que empieces de lleno el contenido del mensaje, quiero comentarte que las propias condiciones sociales actuales me han llevado a escribir este texto como un anónimo. Bien podría haber puesto mi nombre real o bien podría haber inventado uno, pero decidí optar por dejar la incógnita de quién lo escribió. Un nombre falso refleja una identidad falsa, pero la etiqueta “Anónimo” refleja una identidad que no quiere ser entregada y que no puede ser entregada por alguna razón. Desde que empecé a asistir al sistema de salud mental recayó sobre mí el costo del estigma social. Por esta razón, para ahorrarme problemas o malos entendidos me acostumbré tanto a no comentar mis diagnósticos de salud mental a nadie como a evitar que éstos se asocien a mi nombre. De esta forma, la decisión de escribir este mensaje como un anónimo refleja el temor del estigma, el cual también viven miles de personas que se encuentran bajo la misma condición. Me hago anónimo para que muchos se sientan reflejados/as.

La noche del 11 de abril me enteré a través de este medio de prensa de que había ocurrido un incendio en el único COSAM de Maipú. Desconozco la magnitud de los daños, pero estimo que no deben ser menores, pues me avisaron telefónicamente que tanto psiquiatras como psicólogos y psicólogas atenderían en otro recinto.

Situaciones de este tipo son difíciles de prever, ciertamente, pero de alguna u otra forma este incendio viene a coronar mi malestar como paciente del único centro comunitario de salud mental de la comuna.

Me atiendo en el COSAM de Maipú desde que tengo 16 años. Mi estado mental ha dependido en gran medida del tratamiento farmacológico y de la terapia psicológica brindada en tal centro de salud mental comunitario. Ahí me diagnosticaron una esquizofrenia e ingresé al sistema de salud mental público como paciente a través del sistema AUGE a esa edad.

En la actualidad, a pesar de haber egresado de la universidad en diciembre del año pasado, me encuentro sin trabajo y en la mayor de las incertidumbres. Durante los últimos dos meses, he desarrollado un miedo a comunicarme oralmente a través de mi notebook, condición sine qua non para ejercer mi trabajo en estos momentos de pandemia.

Tal síntoma, tan vano a simple vista, se trata en realidad de la punta del iceberg de un empeoramiento de mi estado mental. Producto de no estar tomando ningún medicamento antidepresivo, como los que llevaba tomando desde hace 11 años, he empezado a sentirme profundamente abatido, ansioso y angustiado, mi autoestima se ha reducido considerablemente y mis proyecciones hacia el futuro, en el área laboral o social, se han desvanecido. Ya llegaré al punto en que comento como esta situación se relaciona con la situación del sistema de salud mental público.

Estoy desesperado. El propio COSAM de Maipú, el organismo que debería procurar mi bienestar psicológico como paciente del sistema de salud mental, ha operado de forma descuidada en mi caso. Desde el punto de vista de la atención entregada por psiquiatras, existe un recambio constante de los mismos. En otras palabras, suele ocurrir que me asignan a un(a) psiquiatra, está presente solo unos meses y renuncia.

Esta situación, como es de esperar, ha terminado incidiendo negativamente en mi tratamiento, pues cada vez que un(a) psiquiatra renuncia, mis controles deben correrse semanas hasta que este organismo logre contratar a un nuevo profesional.

Debo sentir confianza suficiente en mi psiquiatra para contarle mi situación mental en detalle. Si hay un constante recambio y se presenta la situación de que algunos psiquiatras solo están algunos meses en el cargo, difícilmente podrá cumplirse este propósito a cabalidad.

Por otro lado, mientras las sesiones se realizaban en forma telefónica, estuve aproximadamente un mes sin atención psicológica entre mediados de marzo y mediados de abril sin mediar explicación alguna, en circunstancias en que mis sesiones están programadas de forma semanal.

Sumado a esto, un problema relacionado con la CENABAST (Central Abastecimiento del Sistema Nacional de Servicios de Salud) merece ser mencionado. Hablo específicamente de la falta ocasional, pero más que repetida. del medicamento antipsicótico aripiprazol en la farmacia del cesfam al cual acudo, situación que lleva a mi familia a tener que desembolsar plata de su propio bolsillo para costear este remedio cada vez que esta situación se presenta.

Hago patente que, al menos en mi caso particular, enfrentar mi diagnóstico desde el plano de las habilidades sociales -no así desde la terapia psicológica o desde los controles psiquiátricos-, se ha vuelto un largo camino de ensayo y error personal en el cual el COSAM de Maipú y el sistema de salud mental público en general no han contribuido de manera significativa.

Menciono esto porque se produjeron cambios importantes en mi personalidad mientras tenía entre 13 y 16 años de edad. Para ser más específico, me volví mucho más retraído y temeroso durante esos años, desarrollé ideas intrusivas, problemas de memoria y de atención, entre otros problemas que terminaron incidiendo negativamente en mi desempeño escolar.

Todo esto ocurría mientras era tratado también mi trastorno obsesivo compulsivo, el cual me fue diagnosticado a los 14 años. En tales momentos, la atención brindada tanto por psiquiatras como psicólogos/as, ciertamente, fue oportuna para evitar el empeoramiento de mis síntomas. No obstante, algunos de ellos, especialmente el retraimiento y el temor,  pasaron a conformar mi nuevo temperamento, el cual me generó problemas para adaptarme socialmente, especialmente durante los primeros años de la universidad.

Naturalmente, debí sortear variados obstáculos para terminar mi carrera así como cambiar elementos de mi personalidad que me permitieran adaptarme de mejor forma a este ambiente y al futuro ambiente laboral, pero la ausencia de algún tipo de apoyo en esta área se hizo notar y lo sigue haciendo.

En el presente, la presión social de encontrar un trabajo en el área en la cual estudié pronto se cierne sobre mis hombros, como a cualquier persona, ciertamente, pero bajo condiciones mucho más desfavorables. Todo esto con el propósito de que mi fuerza de trabajo no pierda su valor, pues ya han transcurrido cuatro meses desde que egresé de la universidad, como lo esbocé anteriormente.

Sin embargo, bajo estas circunstancias se ha vuelto un sinsentido enviar curriculums, pues no me encuentro en las condiciones apropiadas para ejercer tal trabajo. Mi situación personal ha cambiado. Todo se ha vuelto mucho más complicado para mí desde el inicio de la pandemia y desde que mis ansiolíticos empezaran a ser cambiados debido a sus efectos adversos desde fines del año pasado.

La necesidad social y económica de entrar al mercado laboral pronto contrasta directamente con mi estado mental. No me encuentro en las condiciones de ser un trabajador productivo, lo cual me genera una inmensa preocupación y acrecienta los síntomas mencionados anteriormente.

Me indigna enormemente cómo, al igual como ocurre en mi caso, podrían estarse viendo afectados los destinos de miles de personas que se atienden en el sistema de salud mental público, los cuales pertenecen, en gran parte de los casos, a familias de clase trabajadora.

Como si no bastara con el estigma social y con las dificultades propias de enfrentar una enfermedad mental, se suma la inoperancia de este gobierno y de diversas autoridades políticas para garantizar las condiciones mínimas del sistema de salud mental que puedan contribuir al bienestar de los pacientes. Todo esto en un periodo de crisis sanitaria, económica y social que no hace sino desgarrar el corazón y el alma de los pacientes de este sistema y, más allá, de los habitantes de esta franja de tierra, en general.

No soy un especialista de la salud mental en absoluto, pero he vivido los efectos de un sistema que está operando de forma descuidada. Hablo únicamente desde mi perspectiva y desde mis vivencias como paciente. Espero que este escrito haya contribuido a hacer visibles mis experiencias como paciente del sistema de salud mental público y que, con ello, muchas más personas se puedan sentir representadas con un problema que, a todas luces, pasa desapercibido en la cotidianidad. No estamos solos. Somos muchos, solo estamos ocultos, aletargados y llenos de temores.

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