Corría el año 1969 y 45 niñas del 8° básico del Colegio General San Martín estaban cursando su último año como compañeras. Al año siguiente, entrarían a distintos liceos y sus rumbos se separarían, pero no para siempre.
Hace varios años, Susana Mella, una de las alumnas de aquél curso estaba atendiéndose en un centro médico en la comuna cuando una mujer reconoció su voz, se acercó a ella y se generó un inolvidable diálogo:
– Hola, ¿tú eres Susana Mella?
– Sí, y tú, ¿quién eres?
– Yo soy la Yuly Carvajal.
No reconocieron sus rostros, pero sus voces eran inconfundibles, y fue el inicio de un reencuentro que luego se haría una tradición anual.
Las ex compañeras de curso retomaron contacto entre ellas y fueron ubicando al resto a la antigua. Lo único que recordaba Susana de sus amigas de la infancia era la dirección de sus hogares, así que fue de casa en casa visitándolas para ver si lograba dar con alguna. Tardó dos días en ubicar a 15 ex estudiantes más, de las 45 que conformaban al curso completo.
«Yo me recorrí todo Maipú, nos sacamos la mugre buscando en la calle y ahí partió todo. Ubicamos incluso a una que está viviendo en Australia, a otra que vive en España, otra que vive en Iquique y viaja exclusivamente a estos encuentros. Primero empezamos a hacer las juntas en las casas y ahora ya hacemos eventos con almuerzos en restoranes y esas cosas», cuenta Susana emocionada.
El quinto reencuentro
Ya llevan cinco juntas anuales de este tipo, y este 2022, a inicios de noviembre, las ex alumnas del Colegio General San Martín decidieron reunirse en el frontis de la que fue su escuela por tantos años para luego irse a un restorán.
«Me duelen las piernas», comentó una de ellas mientras esperaba que llegaran para posteriormente partir al almuerzo que tenían organizado. «¿Por qué te duelen?», le preguntó una ex compañera, a lo que la mujer que se quejaba del dolor le responde «no sé, quizás de tanto abrirlas», comentario que fue seguido de muchas carcajadas.
«Yo soy así, no tengo por qué ser de otra manera», se excusó ella con una gran sonrisa en su rostro y un cigarro en la mano. «Tengo hartos problemas, y problemas serios, pero soy una convencida de que no tengo por qué transmitirle mis penas y amarguras a los demás. Esto es un momento para pasarlo bonito y reírnos«, dijo con convicción.
A medida que iban llegando se saludaban con gritos, risas, abrazos y hasta llantos de emoción. No todas se reconocían en primera instancia, ya que hay algunas que de a poco se han ido uniendo a estos encuentros. «Hemos cambiado harto desde 8°, ahora estamos más arrugadas pero igual de felices», comentaba una de ellas mientras otras intentaban adivinar quién era quién, porque de los nombres sí que se acordaban.
«¡Noooo!», gritó una de ellas muy feliz y emocionada después de estar largo rato mirándola intentando adivinar quién era y dándose cuenta de que se trataba de Sole Donoso, a quien no tardó en abrazar fuertemente. Estaba sorprendida, al parecer, efectivamente habían cambiado mucho. «Es que antes la Sole usaba lentes», decían algunas.
«Esas mismas reacciones de alegría y de entusiasmo son las que me emocionan«, cuenta Susana entre lágrimas de felicidad, tanto así, que incluso le cuesta hablar al tratar de contenerse. «Yo no puedo llorar, porque la primera vez que nos juntamos me dio un ataque isquémico cuando yo me iba de vuelta en micro a mi casa», explicó la mujer.
Susana sostuvo que posterior a ese incidente, el neurólogo le explicó que eso le ocurrió por haber sentido tantas emociones juntas, a pesar de que hayan sido todas buenas. «Después de 50 años en que no nos veíamos fue una explosión de muchas emociones», cuenta un poco más relajada.
Los recuerdos de su infancia
Mientras pasa el rato, algunas no pueden contener sus lágrimas, y otras no pueden aguantar sus ganas de recordar las locuras que hacían a sus 13 años en el colegio.
«Esos muros que se ven ahí, eran de la antigua iglesia», dijo una de ellas, apuntando hacia el Templo Votivo de Maipú. «Ahí había una virgencita, y estas señoritas que están acá, iban a rezarle antes de la prueba y a tirarle moneditas para que les fuera bien«, comentó delatando a sus amigas, una vez más entre risas.
«¿Se acuerdan de la señora Anita?», preguntó Susana. Todas respondieron que sí, «se ponía al frente del colegio en un carrito a vender cosas, fue parte importante de nuestra infancia porque llegábamos apuraditas entonces ella nos fiaba», explicaban algunas.
Lo que más les gustaba comprarle a la señora Anita eran los manjares y los camotes, aunque estos últimos eran más caros. Asimismo recuerda a Carmencita, quien desde la cocina del colegio les preparaba la mitad de un pan con dulce de membrillo o con una mantequilla que venía en tarro por aquella épo a.
Si bien todas aseguran que eran buenas estudiantes y que respetaban mucho a sus profesores, a veces tenían sus momentos de vívida adolescencia. «Había una parcela atrás y ahí los niños de la escuela de hombres sembraban cosas en la clase de agricultura, y por ahí le coqueteábamos a los chiquillos y ellos a nosotras«, contaba una de ellas, agregando que «nos regalaban como gran cosa, en vez de flores, un ramito de orégano«.
De esos coqueteos salieron varios pololeos, e incluso matrimonios con hijos, cosa que en ese minuto nunca habrían imaginado.
«Entre las compañeras algunas tenían mejor situación que otras, pero dentro del colegio éramos todas iguales, no había diferencia, jugábamos todas con todas», asegura una de las ex alumnas.
Y lo siguen haciendo en sus juntas. De hecho, el guardia que estaba de turno ese sábado en el colegio les permitió entrar a él. Una vez en el interior del establecimiento, se volvieron a emocionar al recordar los lugares que fueron escenarios de tantos juegos, como «La niña María», que espontáneamente comenzaron a bailar y cantar en el lugar.
Después de «La niña María», las maipucinas quisieron tomarse una foto como la que se tomaban a fin de año: la foto de curso. Para organizarse hubo un revoloteo parecido al que había cuando estaban en 8° básico, hasta que finalmente lograron ubicarse para ser captadas como si más de 50 años no hubiesen pasado.
«Maipú ha cambiado mucho»
Si bien hay unas pocas exalumnas que ya no residen en la comuna, la mayoría de ellas sigue viviendo en Maipú, y entregaron su percepción sobre el cambio que ha habido desde que ellas estudiaban juntas en el Colegio General San Martín.
«Maipú ha cambiado mucho, no es lo que era antes, ya no se vive esa tranquilidad… Tú antes andabas con confianza en la calle. Tú podías ir a celebrar un año nuevo hasta altas horas de la madrugada, ahora eso no se puede, es imposible», sostuvo una de ellas.
En la misma línea, otra de las exalumnas contó que «yo vivo hace 67 años en Maipú, de hecho nací en la misma cada en la que vivo, y ver el cambio que se ha producido es un dolor mayúsculo», añadiendo que «los vecinos antes te cuidaban, Maipú era hermoso, era un pueblo, era campo, todos te conocían«.
«A mí lo que me gusta de Maipú ahora… Pucha que es bueno el alcalde«, dijo otra de ellas, que al ser consultada si se refería a que era bueno en su gestión u otra cosa, solo respondió con una sonrisa y un levantamiento de cejas.
Así, la junta de estas ex estudiantes del Colegio General San Martín se ha vuelto un ritual que año a año logra juntar a más compañeras, más recuerdos, más anécdotas y más risas.
«Para mí es revivir mis años de niñez, verlas a todas, aunque faltan muchas porque éramos 45. Algunas habrán partido… Pero la primera vez que las vi fue un llanto inmenso. En la pandemia yo pasé una situación bien fea porque en mi empresa no me pagaron, y ellas juntaban y me mandaban plata. Desde que nos juntamos no nos hemos vuelto a alejar», reflexiona una de las ex alumnas emocionadas.
Revisa a continuación algunas fotos antiguas que llevaron a la junta del 5 de noviembre del 2022:
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