Sebastián Ávila
Entrevistas
14 de agosto de 2020

“En ese abrazo fuerte, yo sentía sus partes”: el relato de una víctima de Marcial Parada ex Vicerrector del Templo de Maipú

La Voz de Maipú

Los recuerdos de Marcelo Acevedo se removieron el día lunes pasado, luego de que La Voz de Maipú replicara un reportaje de Kairós News, que relata casos de abusos sexuales y prostitución de menores, cometidos por el ex rector del Templo Votivo de Maipú, Marcial Parada.

Las marcas indelebles hechas por un cura a un niño de 11 años volvieron a la mente de un padre de familia que actualmente tiene 45 años.

La vida de Marcelo Acevedo en Maipú comienza cuando la comuna era en su mayor parte rural. Extensiones de campos, potreros con ganado y las casas del centro cívico fueron lo primero que vio un niño que junto a su familia se hizo parte del Santuario Nacional Templo Votivo de Maipú. 

“Naturalmente, como costumbre de familia católica, los domingos íbamos a misa, el Templo Votivo de Maipú era algo impresionante para mi edad, tan pequeño. Era una estructura gigante y fui creciendo, criándome en ese ambiente y uno de mis primeros colegios fue el colegio Escuela La Montaña, que está en Carmen”. 

Marcelo vivía en la Villa Domingo Santa María y asistía sagradamente cada fin de semana al Templo.“Temprano en la mañana me iba al santuario y sábado y domingo era mi casa, porque yo constantemente estaba allá, no me despegaba. Me gustaba estar ahí”.

Su sueño era ser seminarista, sin embargo partió su camino como guardia de honor; la tarea encomendada era custodiar las ofrendas y figuras religiosas del Templo.

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El desayuno, el almuerzo y la once eran junto a sus compañeros, todos menores de edad. 

En los pasillos del Santuario lo conoció. “El padre Marcial Parada tenía una oficina al lado de sacristía. Estaba la zona de venta, después estaba la sala de nosotros de guardia de honor y venía la oficina del padre Marcial, que era como una pecera, pero con cortina”.

“El mundo del que se rodeaba el padre era de niños de una condición simple, sencilla, sumisos”, relata Marcelo.

Al poco tiempo, quiso ser acólito, misión que lo acercó al padre Marcial, en ese entonces, una de las figuras más relevantes del Santuario. 

“Había que vestirse, ponerse la vestimenta, ir a buscar los enseres, entonces, ya siendo acólito tenías más cercanía con los padres”. 

Recuerdos de los primeros abusos

portada abusos

Al momento de hablar de abusos, la mente de Marcelo Acevedo retrocede más de 30 años y recuerda a Francisco.

“El era como el preferido del padre Marcial. Me llamaba la atención porque llegaba y era la hora de la confesión y el Francisco iba siempre a la oficina de él. Y cerraba la cortina y se demoraban un buen rato en la oficina, entonces yo no podía ingresar. Esperaba, y después ingresaba yo. Ahí empiezan a haber hechos que  para mí, como niño, eran situaciones curiosas, por decirlo así”.

“Cuando saludaba, saludaba con un beso en la mejilla, pero era, cuneteado. Pero con Francisco era más cálido que con todos. Cuando a mí me abrazaba y me daba esos besos, me sentía súper incómodo, porque aparte, en ese abrazo fuerte, uno sentía sus partes, se sentía que él lo tenía, prácticamente, erecto”, relata Marcelo Acevedo.

La confusión de un niño de 11 años ¿Cariño o abuso?

Marcelo recuerda sus 11 años en los que estaba consagrado a servir a la iglesia en la que creía firmemente. Sin embargo hay cosas que lo perturbaron. Hechos que -a esa edad- le costó comprender.

“Ese abrazo (del Padre Marcial Parada), era como que…no. Dentro de la inocencia, a los 11-12 años, no tenía idea de cómo era un acto sexual. En esos tiempos era tabú hablar tanto del tema, entonces, para mí el tema de sentir o que me abrazara o recibir ese «cariño» de un padre, de una figura que tú tenías como una figura paterna prácticamente, no lo veías como algo malo. Pero sí, dentro de mí yo trato de entender por qué nunca pensé que eso era maldad, nunca pensé que eso era erróneo”. 

Dentro de esta confusión y carencia de elementos para definir lo que estaba viviendo, “llegó un punto en que los besos y los abrazos eran demasiado extremos. Era como que te agarraba y no te soltaba. Me tomó, me abrazó, me puso su dedo en el trasero, sentí ese aliento a vino, ese aliento cerca de mi boca. Y ahí todo cambió, dije ‘no’, lo volví a acusar a mis padres y no pasó nada”.

Un sueño profundo en Punta de Tralca

Un viaje de retiro a la quinta región marca hasta el día de hoy los recuerdos que tiene Marcelo de esa época. En ese entonces era acólito y le asignaron una habitación exclusiva, sin embargo, las pertenencias del padre Marcial Parada estaban al costado de su cama. 

“Me hicieron bañarme y llegó una hermana a la pieza a entregarme la alimentación y me dijo ‘coma tranquilo, el padre está en una reunión, duerma no más, tranquilo’. Comí y me quedé zeta. Siempre recuerdo ese momento porque nunca me voy a explicar cómo dormí tanto y tan así. Me he preguntado toda mi vida, si alguna vez pasó algo esa noche, si alguien se acostó al lado mío, porque las puertas no tenían llaves. Por eso nunca más me quedé en Punta de Tralca”. 

Los gritos de auxilio que nadie escuchó

No le creyeron. Hace más de 30 años no se hablaba de esas situaciones en Chile, eran prácticamente imposible de creerlas para algunos.

“Cuando conté fue porque me agarró del trasero y sentí su dedo. Ahí fue cuando decidí contarle a mi mamá y a mi papá y no me creyeron. Entonces, yo seguí yendo al santuario y seguí haciendo mis labores, pero con esa lejanía”.

Ya nada era lo mismo para Marcelo Acevedo. Sus padres acudieron donde el Padre Marcial y le relataron los hechos en busca de ayuda. “Pensaron que yo tenía problemas conductuales y lo que les aconsejó el padre Marcial fue que me llevaran a ver a un especialista. Me recetaron pastillas y empecé a estar medicado mucho tiempo, mientras seguía en mis actividades en el santuario y seguía viendo que el padre tocaba a los acólitos. Era un acoso tremendo”. 

En su colegio católico de esa época tuvo una recepción similar. “En el Carolina Llona yo llegué hasta primero medio y me tuve que ir porque el padre del establecimiento en un instante dijo que yo tenía problemas conductuales y me cancelaron la matrícula”.

Manipulación material a niños

Otra de las formas de abordar y acercarse a los niños que utilizaba Parada era ofreciéndoles cosas a cambio. 

“Él solía sentar a los chiquillos en las piernas y acariciarlos. De hecho, cuando íbamos a la casa sacerdotal que está atrás del santuario él nos recibía y nos decía: ‘quieren dulces, quieren plata?’. Yo siempre me rehusé a recibir o a aceptar algo de él. De hecho, una vez llevé a unos amigos scout, y fuimos a pedirles unas carpas que él nos prestaba y siempre me acuerdo que a Ramón, le tocó el trasero y el Ramón va y le dijo ‘oiga, qué se cree usted’, él fue un poco más choro y lo pudo encarar. El padre Marcial Parada era sumamente atrevido en ese aspecto, o sea, se atrevía con cualquier persona, digo, niños, en ese instante de 11, 12 años, 13 años”.

Su distanciamiento y pérdida de la fe en la Iglesia

El vivir y presenciar los hechos descritos hicieron que Marcelo fuera alejándose de la Iglesia. Dentro de la posible confusión de un niño y el nulo apoyo parental, recuerda que entre los 13 y 14 años decidió dejar de ser acólito y guardia del Santuario. 

La manera en que un menor de 12 años intentaba evitar a Parada se basó en el distanciamiento. «Mi arma era estar lejos de él, no acercarme mucho a él, pero sí mirar… o sea, yo siempre recuerdo a Francisco. Cuando yo tenía que ir a su oficina, me paraba en la puerta y pedía las cosas o cuando hablaba con él hablaba ya después en la sacristía o cuando nos vestíamos», recuerda Marcelo.

Todo esto en medio de un ambiente en el que “sentía distanciamiento, no sé por qué, pero ya no me daban once, no me daban almuerzo, no me daban desayuno y era como que se había cortado todo. Era como que no me tomaban en cuenta”.

Finalmente pudo tomar la decisión. “Dejé todo porque ya no podía más. Yo de ahí seguí mirando de afuera todo, con el dolor de no poder ir más”.

A través del teléfono se escucha un suspiro de Marcelo; tal vez un poco de liberación, tal vez una marca que sigue ahí pero de la que decidió repartir peso. 

“Esta es la parte más negra de la vida que he podido vivir”, concluye Marcelo Acevedo.

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