La empatía asimilada como una cualidad intrínseca de la inteligencia emocional, es una poderosa herramienta en la construcción de relaciones interpersonales sólidas y, por ende, fundamental para la creación de un ambiente escolar saludable. Si bien, entender sus alcances puede sonar como una acción sencilla, su aplicación práctica demanda introspección, esfuerzo y una constante autoevaluación.
No resulta mera casualidad que las Ciencias, incorporadas al mundo de la Educación, asomen como una piedra angular vinculada al diseño e implementación de un aprendizaje sustentable y con largo aliento. Una acción que incluye la formación de líderes docentes, alcanzando el umbral de las competencias, habilidades e intereses personales de cada individuo, fortaleciendo su rol como agentes de cambio en el aula escolar.
Hoy, en un mundo globalizado, donde el acceso al conocimiento e información se encuentra disponible a metros de distancia, alojado en un computador o pantalla del teléfono celular, se hace indispensable descifrar qué elementos nos permiten mejorar los procesos de capacitación docente y convivencia escolar. Sin duda, una tarea que también nos invita a humanizar los procesos de aprendizaje, brindando herramientas que permitan a los estudiantes relacionarse de manera empática con el entorno que los rodea.
Para Evelyn Pizarro, ex alumna del Colegio Mater Purísima de Maipú, Doctorada en Educación Universidad de Deusto (España) y Coordinadora de programas Fundación Horrêum Fundazioa, además de maipucina, las emociones que se desprenden desde los y las estudiantes hacia sus docentes, pueden motivar la curiosidad hacia el mundo de la Ciencias y una sana convivencia escolar, puesto que “siempre nos acordamos de la educación a través de los afectos. Para realizar ese cambio cultural, debemos visualizar cómo se involucra el docente con los estudiantes. En reiteradas oportunidades, los alumnos responden al liderazgo o afectos que tengan hacia el profesor”.
De igual forma, asimilar, comprender y desarrollar pensamiento crítico, también genera un importante estímulo para los estudiantes. Una cualidad que motiva el interés por la exploración, representando un espacio de crecimiento cognitivo y humano donde inevitablemente nos encontramos sujetos a posibles equivocaciones. “Debemos generar un espacio para el autodiagnóstico, donde podamos asumir que los errores forman parte del proceso. Vivir al interior de una comunidad con inclinación investigativa, radica en la humildad de hacer un levantamiento asociado a proyectos de cualquier ámbito, profundizando en la investigación, no dando por hecho cosas que están en proceso de desarrollo”, explicó la docente.
A juicio de Aurelio Villa Sánchez, Profesor emérito de la Universidad de Deusto y presidente de la Fundación Horrêum Fundazioa, la vocación investigativa “va más allá de promover un simple método de aprendizaje; es una inversión en el pensamiento crítico y autónomo de los estudiantes. Al permitirles formular preguntas y buscar respuestas, se les empodera para ser dueños de su propio proceso educativo. Esta actitud investigativa no solo fortalece habilidades académicas, sino que también desarrolla la perseverancia, la resolución de problemas y la confianza en uno mismo”.
Sin duda, promover una cultura de investigación, significa tener un ambiente donde el conocimiento no resulta estático, sino en constante evolución. Se establece un ecosistema en el que la colaboración, intercambio de ideas e innovación se convierten en la norma, permitiendo que la institución educativa sea reconocida como un faro de excelencia y vanguardia en el ámbito académico.
El papel de la empatía en el desarrollo de proceso educativos
A nivel educativo, para fomentar la empatía, debemos entender su complejidad. Hoy, no sólo se trata de simpatizar con el otro, sino que realmente ponernos en sus zapatos, dispuestos a vivir sus experiencias y comprender sus emociones sin prejuicios. Una capacidad que se construye sigilosamente, donde el entorno escolar resulta fundamental para la internalización de este proceso.
“El camino hacia la empatía comienza con el autoconocimiento. Es esencial que los estudiantes reconozcan y entiendan sus propias emociones, sus fortalezas, debilidades y motivaciones. Solo al entenderse a sí mismos, los estudiantes pueden comenzar a entender a los demás. Esta introspección debe ser respaldada a través del currículum escolar, por programas y actividades que impulsen la autorreflexión y el desarrollo personal”, señaló Villa.
Paralelamente, resulta de vital importancia que las escuelas adopten una cultura inclusiva, donde se promueva la diversidad y se celebren las diferencias. Los estudiantes deben ser expuestos a una variedad de culturas, perspectivas y modos de vida, para que puedan aprender a valorar y respetar la individualidad de cada persona. Y es que la educación, no debe limitarse a la adquisición de conocimientos, sino también al desarrollo de habilidades socioemocionales.
Según el académico de la Universidad de Deusto, “los planes de convivencia escolar, más que simples protocolos de comportamiento, deben ser considerados como guías vivas que promuevan el respeto mutuo, la tolerancia y la resolución pacífica de conflictos. A través de estos, se debe alentar a los estudiantes a comunicarse, a expresar sus preocupaciones y a buscar soluciones colaborativas a los problemas”.
El factor docente
La figura del tutor o consejero, resulta esencial para el éxito de este proceso. Ellos no sólo guían el progreso académico de los estudiantes, sino que también juegan un papel crucial en su desarrollo emocional y social de los jóvenes. Mediante la orientación y escucha activa, pueden ayudar a los estudiantes a navegar por los desafíos de la vida escolar, asegurando que cada individuo se sienta valorado, comprendido y apoyado.
Según Villa, “los docentes cumplen un rol fundamental. Su papel, no necesariamente radica en alzarse como guías de un proceso, sino que como un mediador capaz de ofrecer las herramientas para que los estudiantes, desde su perspectiva, logren distinguir qué elementos son relevantes para el desarrollo del proceso investigativo”.
En opinión de Pizarro, “ a partir de ahí, la importancia de que los proyectos educativos, se encuentren diseñados y proporcionados para que todos conversemos en el mismo sentido. Ahora bien, si los profesores no tienen una formación inicial en el proyecto educativo del colegio, cada uno va a flamear su propia bandera. El docente debe comprender que él representa a una comunidad educativa”.
Para desarrollar un proyecto educativo que ofrezca sustentabilidad a las iniciativas científicas, motivando la interacción de la comunidad escolar y una sana convivencia, debemos comprender que la Ciencia no es solo una acumulación de datos y experimentos, sino un proceso dinámico y continuo de descubrimiento.
La educación sostenible en Ciencias, combina la enseñanza tradicional con un enfoque que enfatiza la resiliencia, la adaptabilidad y la responsabilidad a largo plazo. Todos, elementos que finalmente nos permiten relacionarnos de mejor manera con el entorno cognitivo y social que nos rodea.
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