Estefanía Vidal y Victoria Fonseca pertenecen al grupo de 21 familias que viven en condiciones muy precarias en el campamento Luz de la Esperanza, en Maipú. Ambas cuentan aquí sus historias de superación y la batalla que han dado para salir de esa situación.
A los 15 años, Estefanía Vidal fue mamá por primera vez. Cursaba primero medio, pero debió dejar los estudios para cuidar de su bebé. En su casa de la Villa San Luis 5 eran muchos y no había espacio para sumar nuevos moradores. Decidió irse con su pareja a una pieza de 3×6, sin baño ni agua potable, en el campamento Luz de la Esperanza, en Maipú, donde vivía un cuñado. De eso hace ya siete años.
“Desde que llegué quería irme. Me daba vergüenza tener que botar el agua en que lavaba la loza y antes de hacerlo, miraba para todos lados para que nadie me viera. Recién hace un año que tengo baño en la pieza”, cuenta la joven que hace 4 meses fue madre nuevamente. En este momento, debido a un virus sincicial que le dio a su guagua vive de allegada en la casa paterna.
Cuenta que hace aproximadamente un par de años, llegaron al campamento voluntarios de la Fundación Trabajo en la Calle. “Nos dijeron que ellos no nos iban a regalar nada, pero que nos iban a ayudar a organizarnos para obtener beneficios del estado. Empezaron a motivar para que postuláramos al subsidio, pero acá nadie quería escuchar nada de eso. A las primeras reuniones no iba casi nadie, yo sí, porque era cabrita y no tenía experiencia en nada”, recuerda.
Lo cierto es que en el campamento, formado apenas por dos pasillos con hileras de pequeñas mediaguas que se dan la espalda, los de un pasillo no se hablaban ni se conocían con los del otro pasillo.
“Habían tenido una mala experiencia con Un Techo para Chile, estaban divididos. Pero como yo estaba desesperada por salir de allí, asistía a todo. Nos empezamos a conocer de a poco unos con otros, nos enseñaron cómo postular a fondos concursables. Nos vino a ver una asistente social de la municipalidad, formamos el comité de vivienda para poder postular al subsidio y empezamos a hacer choripanes, anticuchos, ensaladas y otras cosas para juntar dinero”, relata Estefanía.
Hoy, gracias a su liderazgo participativo y a la ayuda de la Fundación, todos en el campamento tienen subsidio habitacional. Estefanía optó por comprar una vivienda usada y tiene vista y hablada la compra de un departamento en un primer piso en la misma comuna. “Estoy juntando ahora plata para poder amoblarla porque no tengo nada. En la pieza sencillamente no me cabía ni un solo mueble”, agrega.
Mientras su pareja lava autos, ella se dedica a cuidar los niños y a vender zapatos en la feria. Sueña con poder volver a estudiar y terminar la enseñanza media. “He asistido a charlas de microemprendimiento, a los talleres para mujeres, a todo. Quiero darles a mis hijos una vida mejor”, dice mientras abraza al menor.
“NO QUIERO QUE MIS HIJOS SEAN CARTONEROS”
A Victoria Fonseca nadie la conoce por su nombre sino por el seudónimo de “La Chica”. Tiene 38 años y cuatro hijos que son su máximo orgullo. El mayor, Cristopher Sepúlveda, de 20 años, entró a la escuela militar de suboficiales. La segunda, Victoria, de 18 años, terminó de estudiar en un instituto la carrera de prevención de riesgos y administración de empresas gracias a una beca. Los dos menores, de 15 y 11 años, están en el colegio.
“Llegué a este campamento hace 14 años, porque mi cuñado tenía una bodega acá. Me vine del lago Rapel donde vivía desde que me casé. Yo no sabía lo que era un campamento. Mi pieza era de tabla y con piso de tierra, de a poco la fuimos ampliando y arreglando. Cocinaba a leña. Con mi marido somos cartoneros y trabajamos desde las seis de la mañana. Recolectamos en un triciclo y después vendemos. Nos compran a 80 pesos el kilo de papel blanco. También cachureamos, o sea que recolectamos zapatos, lámparas, y vamos a la feria a vender”, dice.
Un mes bueno de trabajo, le significa recolectar $150.000. Con mucho esfuerzo, porque su marido sufre de trastorno bipolar, logró reunir $240.000 en la libreta de ahorro para la vivienda. Hoy ella y su familia cuentan con su primer subsidio de 14 millones de pesos para comprarse una vivienda usada. “Pero están muy caras por acá. Desde que se construyó el Hospital de Maipú, los precios se fueron a las nubes. No quiero irme a la San Luis 5 porque es meterse en la boca del lobo”, dice aludiendo a la villa.
Su hijo mayor se angustia de no poder ayudarles más, pero ella no quiere por ningún motivo que deje la escuela. “No quiero que dejen de estudiar, tampoco quiero que sean cartoneros como nosotros”, afirma.
Victoria nos muestra donde vive. Cuesta imaginar cómo pueden convivir seis personas en un espacio tan reducido. Dice que para ella ha sido fundamental la ayuda que les brindaron los voluntarios de la Fundación Trabajo en la Calle.
“Nos pasó que como éramos un campamento muy pequeño, de apenas 21 familias, cuando vinieron a vernos de Un Techo para Chile, ellos nos sumaron a otra gente, pero dieron nuestra dirección, resulta que esa gente logró sus subsidios pero a nosotros nos fue mal. No logramos juntar la plata. Estábamos muy enojados con eso. Por eso no les creímos a los voluntarios de la Fundación cuando llegaron a ofrecernos su ayuda para salir de acá”, dice “La Chica”.
POBREZA INVISIBLE
Joceline Meléndez, Directora Ejecutiva de Fundación Trabajo en la Calle, explica que como fundación se han focalizado y especializado en la ayuda a los microcampamentos, que representan una “pobreza invisible” y que se encuentran en la mayoría de las comunas.
En agosto iniciaron la campaña comunicacional «Por el Chile que no sale en la Foto», para sumar mil nuevos socios y así, no sólo difundir la labor social que realizan sino también “levantar recursos para seguir con el sueño de una vivienda digna para las familias de los microcampamentos”, dice a Terra.cl.
En la actualidad realizan intervención social en 7 microcampamentos de distintas comunas. Y aunque tiene ya 16 años de historia, necesitan darse a conocer más.
Artículo publicado originalmente en Terra. Escrito por María Teresa Villafrade
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