Existen rincones en nuestra comuna que se resisten al paso del tiempo. Auténticos guardianes de la memoria colectiva. Aunque algunos han sido resignificados o reinaugurados, mantienen viva su esencia, tal y como los evocamos en nuestros recuerdos. Así ocurre con el querido Panguipulli, un lugar emblemático donde la vida de nuestros viejos confluía de forma casi inevitable.
Estratégicamente enclavado de espaldas a la Villa Endesa, separado por la avenida Portales de la Villa Williams O’Neills, con ingreso por el pasaje Chillán, se encontraba el hogar de la familia Flores Araya. Allí, su hijo José, conocido como el “Toro loco”, sigue siendo un nombre que evoca ausencia, desaparecido desde los oscuros días de la dictadura militar.
Entre Carmen y Portales, en la aún persistente Villa Anasac, vivían los trabajadores de la Agrícola Nacional: empleados y cargadores que, a pesar de las diferencias impuestas por sus roles, convivían en una armonía que hoy parece lejana. En aquellos años, ser empleado significaba estar a años luz de quienes cargaban vagones de trigo, y sin embargo, esas distancias se desdibujaban en las largas mesas del Panguipulli, donde las charlas y las risas se mezclaban con partidas de brisca y dominó.
Las mesas crujían bajo el peso de las copas y las conversaciones, y las sillas desgastadas eran refugio para los cuerpos cansados de nuestros mayores, quienes encontraban en el negocio de don Genaro Curilen un alivio tras la jornada.
El Panguipulli: Una historia que merece ser contada
El Panguipulli era más que un restaurante; era un santuario de camaradería y humanidad. Allí, los viejos compartían historias, reían, y contemplaban la vida con una sencillez y profundidad que hoy nos resulta esquiva. Nada de esto hubiera sido posible sin la cálida hospitalidad de don Genaro, dueño del lugar y alma del Panguipulli. Con una amabilidad que brotaba del alma, conocía a cada cliente por su nombre, sabía sus trabajos, sus procedencias y hasta los pesares que los atormentaban. Cuando el peso de la vida les arrancaba lágrimas, era don Genaro quien les acogía como un padre, ofreciendo consuelo y un espacio donde sentirse acompañados, lejos de las sombras del abandono y la necesidad.
Junto a su esposa, don Genaro levantó el restaurante en una ampliación de su hogar. Campesino de origen y con educación básica, poseía una habilidad natural para los negocios que hoy llamaría la atención de cualquier experto. Así, en un Maipú muy distinto al que conocemos hoy, el Panguipulli se erigió como un símbolo de arraigo y comunidad.
Hoy, con un frente colorido, el Panguipulli sigue de pie, llevando consigo más de 50 años de historia, recuerdos y el calor de un tiempo que, aunque distinto, aún vive en la memoria de quienes lo habitaron.
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