Racismo ancestral y violencia comunal

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Eran alrededor de las 21:20, típica fría noche de julio en Maipú y, producto de la cuarentena, estoy en pleno encierro cuando recibo el audio de un amigo narrándome lo que observó en un enfrentamiento ocurrido el día 12 de julio entre los dos campamentos ubicados entre Alberto Llona y Vicente Reyes.

Luego de escuchar el audio, y la preocupación por mi amigo al ser testigo del enfrentamiento en el sitio, rápidamente comienzo a imaginar los hechos descritos por él y logro hacerme una panorámica de lo acontecido.

Los hechos de violencia, ya constantes, de las personas que habitan bajo la pasarela de Llona hacia quienes residen en el campamento Vicente Reyes se han ido incrementando en el tiempo. Sin duda el conflicto se centra en el acceso a viviendas con precios razonables, pero el Campamento Vicente Reyes constituido preferentemente por vecinos inmigrantes de nacionalidad haitiana, es mucho más antiguo del que está bajo la pasarela: “si no me falla la memoria”, por lo menos, data del 2016. Sin embargo, ambas comunidades enfrentan el dilema de vivir en un campamento por no poder acceder a una vivienda.

El campamento Vicente Reyes es el primero en sus características a nivel de la Región Metropolitano, compuesto predominantemente por extranjeros. Este fenómeno inclusive llama la atención de la organización “Techo para Chile”, que ha estado apoyando a quienes residen en el campamento desde sus comienzos. Para nada es mi intención el dar a conocer lo ocurrido en detalle sobre aquel día, pero si me interesa compartir con los/as vecinos/as una mirada de lo que ha sido el fenómeno de la migración recientemente en Chile.

La vivienda

Sin duda los graves problemas de vivienda y de las familias allegadas por falta de ella es un problema latente hace bastante tiempo en la comuna. Las autoridades municipales tanto del pasado como las actuales han buscado transformar Maipú en un paraíso inmobiliario que busca captar la creciente llegada de las clases medias altas y, por qué no decirlo, imitar lo que sería una comuna de la cota mil. Esto no es un problema en sí, sino en el tipo de crecimiento urbano que ha desarrollado Maipú, olvidando parámetros básicos de integración donde vecinos que puedan costear su arriendo o dividendo, cada vez más caros, puedan convivir con maipucinos nacidos y criados en la comuna y que, quizás, en el futuro deban abandonarla por los altos costos de los arriendos y la especulación inmobiliaria.

Por otro lado, la existencia de campamentos en la comuna no es un fenómeno nuevo. En este contexto, ¿qué factor gatilla el enfrentamiento entre personas que padecen del mismo dilema habitacional? Lo que ocurrió en Maipú, es el reflejo de uno de los aspectos que ha sido propio de nuestra identidad, y se vio activado en aquel enfrentamiento, pero que siempre hemos eludido identificar: el racismo ancestral.

Racismo ancestral

Si consultamos algún/a vecino/a, nadie reconocerá que puede generarles cierta incomodidad el convivir con personas de una cultura distinta a la nuestra. Si algún/a vecino/a plantea que me equivoco, le felicito por su nivel de tolerancia y visión integradora.

Este tipo de racismo, por excelencia, se presenta como un mecanismo similar al que cuestionan las compañeras feministas en relación al patriarcado. Disculpen por la analogía, pero el punto va dirigido a que el racismo es una forma de violencia que predispone las posibilidades de desarrollo de una persona solamente por su aspecto o color, pero quién instala este modelo cultural históricamente son los valores de personas de tez clara.

Todo aquello diferente a lo racialmente convenido suele molestar o se tiende a cuestionar su presencia y existencia. Desde muy temprano somos educados para buscar las más ligeras diferenciaciones como la piel, el modo de hablar, el aspecto. Esos factores básicos son los que culturalmente nos han indirectamente enseñado, tanto en las escuelas como en las familias, siendo motivos suficientes para cualquier tipo de discriminación.

Esos mecanismos en que el racismo se expresa como un modo de violencia puede ser simbólica, verbal o, como ocurrió hace días en el campamento, física. Dicho racismo expresado como una forma de violencia se relaciona inclusive con negarles de su condición humana y transformarlos en objetos, por ende, validar los mecanismos de explotación existentes.

Aquel racismo se expresó hace días con una violencia feroz, donde personas que viven en las mismas condiciones de postergación socioeconómica se enfrentaron con los vecinos migrantes: les botaron la reja de entrada del campamento que ellos/as mismos/as confeccionaron, les apedrearon, les dispararon y, lo más relevante, les gritaban el argumento de que ellos (haitianos) no deberían estar ahí, ya que no era su sitio en la comuna, sino la de los chilenos sin terreno.

La evidente llegada de inmigrantes a la comuna no es un fenómeno nuevo, el dilema es que las nacionalidades, desde los 90 hasta ahora, no poseen un origen europeo o territorios que pueden considerarse desarrollados. Peruanos y bolivianos durante los 90, colombianos y haitianos en la década del 2000 y recientemente venezolanos.

Para cualquier maipucino no era común tanta variedad de nacionalidades hasta hace poco, pero desde que se abrió el metro en nuestra comuna, bastaría con estar un par de minutos en las horas peak para encontrarnos ante la evidencia irrefutable que aquí viven no sólo vecinos de otras nacionalidades, sino también personas de color.

Aquel racismo, estimados/as vecinos/as, es ancestral, es parte innegable de la construcción de nuestra identidad, la cual se refleja en la manera que el Estado, el sistema educativo y, finalmente, los ciudadanos, vemos aquellas diferencias como un obstáculo o amenaza ante lo que nos han enseñado de lo que es “lo chileno”.

No es necesario remontarse tantos años atrás para ver formas de discriminación racial institucional hacia la población de color. Un ejemplo de ello es el plan retorno humanitario implementado por Sebastián Piñera, que no fue sino una disfrazada expulsión, dícese que voluntaria hacia la población preferentemente haitiana, donde hubo en la sociedad chilena tal nivel de barreras económicas, culturales y lingüísticas para lograr su integración en Chile, que no tuvieron otra opción que retornar.

La comuna

A simple vista este plan puede parecer una política pública óptima para aquellos migrantes que no encontraban trabajo producto de diversos inconvenientes. Sin embargo, los migrantes aparecen como el chivo expiatorio de turno, presentándonos al haitiano como una persona no deseada y que no aporta al país, siendo una prueba de lo subdesarrollados que somos.

Estas formas de discriminación las evidenciamos día a día en la comuna donde, incluso, carabineros trata de manera peyorativa a los habitantes del campamento, no considerando sus denuncias por los constantes hostigamientos o problemas del sector; discriminación desde el mismo municipio, que hasta el día de hoy no ha permitido la entrega de agua potable ni la instalación de baños en el lugar, recurriendo muchas veces a un trato infantilizado, a pesar de ser adultos, ya sea porque no son chilenos, creer que no entienden o no pueden, evidenciando su consideración como ciudadanos de tercera categoría.

No es casual que los trabajos obtenidos por los migrantes que viven en Chile son los peor remunerados. Estas formas de racismo ancestral, lo podemos encontrar en distintas etapas de nuestra historia, inclusive desde el mismo caso de las olas migratorias internas en nuestro país, presentando patrones muy similares a los que acontecen hoy.

El caso que más se me viene a la mente es la migración mapuche. Si hoy nos pusiéramos a estudiar la historia de las grandes poblaciones en Santiago, escucharíamos la odisea que muchos campesinos chilenos debieron realizar en la periferia de la ciudad, desde la toma de terrenos hasta la construcción de la casa, pero jamás escucharemos que el grueso de ellos provenía de familias mapuche; obviamente, le quitaría heroísmo a la gesta.

Su condición de sujetos campesinos, pobres y mapuche los situó en el estrato más bajo de las clases sociales al interior de las poblaciones, donde eran blanco constante de violencia en los barrios. Ya lo comenta Marta Lefimil, al recordar su llegada a la ciudad en los 60: “El choque fue tremendo cuando llegamos a la ciudad, me acuerdo que nos agredían en plena calle, era una cosa tremenda, yo la sufrí harto: criticaban mi pelo, mis ojos. Si veníamos con zuecos nos decían “indias con zuecos”, si veníamos descalzas nos decían “indias a pata pelá”. Tuvimos además la mala suerte de llegar a una población muy modesta. Era nuestra condición.”

La experiencia migratoria mapuche nos evidencia de primera mano el alto racismo institucionalizado, con todo aquello que atentara contra la idea de la chilenidad blanca transmitida en las escuelas públicas.

Para qué hablar de los trabajos a los cuales los mapuches debían acceder por su fenotipo o aspecto, estos eran los peor pagados y, obviamente, donde se les podía explotar más fácilmente por su condición cultural. Es el caso de las trabajadoras de casa particular, en el caso de las mujeres, y, en el de los hombres, muchos panaderos.

Frente a esta experiencia Eugenio Paiñalef, un antiguo dirigente sindical de origen mapuche, recuerda “porque antes era muy común que el patrón tratara con insultos a los trabajadores, aprovechando que el mapuche no tiene educación, no le sabe contestar al patrón o le tiene vergüenza. Entonces el trabajador simplemente no le contesta, se queda callado, entonces por eso abusaban los patrones de los panaderos”.

La experiencia mapuche es quizás la situación más cercana de la que se encuentran viviendo hoy los migrantes de origen haitiano o de otras nacionalidades en Maipú, donde sus propios congéneres de la causa habitacional les discriminan por su origen nacional, color de piel y, sobre todo, no ser merecedores de habitar en la comuna. Este simple hecho es una expresión del racismo que vemos expresado en nuestras conductas y trato hacia los otros por su color.

Gústele a quien le guste

La migración es un fenómeno que ha llegado para quedarse, gústele a quien le guste.

Si utilizáramos la misma lógica del gobierno de turno y el parecer de algunos de nuestros vecinos, estados completos de Canadá, Suecia y Australia se desocuparían, ya que, aunque usted no lo crea, vecino/a, aun no es posible equiparar el nivel de migración de chilenos en el extranjero con los migrantes que hay en Chile. Nuestros compatriotas superan ampliamente en número a los inmigrantes que hay en nuestro territorio.

Es por esto que lo acontecido hace unos días en el campamento Vicente Reyes expresa un racismo divulgado en cada uno de nosotros/as, incluso desde la niñez. En ese sentido, agradezco profundamente aquellos/as vecinos/as que han visto la migración como una posibilidad de crecer como país y ver a esta diversidad de nacionalidades como un tremendo aporte al país y a nuestra cultura.

Sin embargo, no todo está perdido, estos hechos son una gran alerta para aquella autoridad que realmente comprende los problemas de integración que vive la comuna; por ende, una oportunidad de ver la migración como un futuro de inclusión al interior de nuestra comuna, donde las culturas no compitan, sino que se acepten y convivan día a día. Si no somos capaces de aceptar a los otros en nuestra comuna, difícilmente podremos aceptarnos nosotros mismos con nuestras diversas formas de ver y entender el mundo.

Un ejemplo en esa dirección, de la importancia de aceptación de las culturas diversas a la chilena, la representa el futbolista chileno Jean Beausejour Coliqueo, hijo de una madre chilena de origen mapuche y de un padre de nacionalidad haitiana, quién ha tenido la capacidad de aceptar sus dos mundos al interior de esa chilenidad que se vio enriquecida por ambas biografías. Así lo recuerda él, ante su origen: “Es raro, porque lo que más aflora en mí es el haitiano, y yo, sin querer esconderlo –siempre digo que tengo la fortuna de pertenecer a dos pueblos muy revolucionarios, el haitiano, que fue la primera colonia en independizarse de Francia, y el mapuche, pueblo que nunca fue conquistado por ninguna colonia extranjera-, llevé más bien el orgullo de ser mapuche”.

Si bien en su caso, el éxito nacional provino de sus logros deportivos, aquella selección, preferentemente morena, nos recordaba a todos/as incansablemente nuestros orígenes indígenas. Orígenes históricamente despreciados por nuestros políticos.

Pero, justamente, ante esta expectativa, es que me cabe la duda razonable: ¿Qué hubiese ocurrido si tuviésemos decenas de niños/as similares a Beausejour en el ataque hecho hacia el campamento Vicente Reyes el día del enfrentamiento? o ¿Cuántos Beausejour irían en cada una de esas familias que volvieron a Haití en el plan retorno? Cambiar esta parte de la historia hoy en la comuna depende de ti, depende de todos/as entregar las posibilidades de integrarnos.

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