Sebastián Vidal Bustamante, reconocido director creativo originario de Maipú: «Tenía la necesidad imperiosa de contar historias»

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Sebastián Vidal director

Sebastián Vidal Bustamante tiene 39 años, es maipucino y hace 16 años que se fue a vivir fuera de Chile. Estudió en el DUOC de San Carlos por dos años y luego, en 2006, se mudó a Argentina donde estudió en la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (ENERC) y la Universidad de San Martín.

En 2013 se mudó a Nueva Zelanda y desde entonces ha hecho cortometrajes que han sido parte de reconocidos festivales locales como el Doc Edge y el Wairoa Film Festival, además de su participación como representante de la delegación de películas de Nueva Zelanda para la vigésimo séptima Edición del Montreal First Peoples Festival en 2017, con su documental sobre Tame Iti, un activista y la cara del nacionalismo maorí.

El oriundo de Maipú conversó con La Voz, para profundizar un poco sobre su trabajo, su trayectoria, y la experiencia de vivir y hacer carrera fuera de su país.

Parte contándonos tú mismo un poco sobre tu historia, tus estudios…

Bueno, soy director creativo, músico electrónico experimental y cineasta. Mi formación parte en Chile más relacionado con el sonido y de ahí salto hacia la narrativa cinematográfica. Trabajé en filmosonido Chile, que es un estudio de post producción de sonido bien conocido a nivel latinoamericano, dirigido por Marcos de Aguirre. Ahí empieza todo mi camino. Mi viaje en cuanto a las narrativas, pero desde el audio, trabajé como post productor de audio para cine haciendo diálogos, foley, música, entre otros. Desde los 18 hasta los 21.

Luego de eso, pues me quedó el bichito picando de tanto haber estado ahí comiendo cine y trabajando con directores reconocidos que dije «en realidad no quiero seguir solamente en audio». Que es bacán, es un mundo muy interesante, pero había algo dentro de mí que tenía la necesidad imperiosa de contar historias.

Entonces empecé a averiguar cuál era la mejor posibilidad de hacerlo en Chile y todo se iba de mi presupuesto. Estudiar es una locura para alguien de clase media baja, por decirlo así, de Maipú y estudiar en la Escuela de Cine de Chile era una locura. Las posibilidades no estaban. Y bueno, ahí está el tema de la educación y la frustración de mucho de los talentos que hay en Chile.

Empecé a ver las opciones y bueno y la posibilidad cercana que había era estudiar de manera técnica y para eso me fui a estudiar al DUOC de San Carlos.

Después de estar ahí dos años estudiando, me di cuenta de que en realidad no era mucho para lo que nos estaban preparando, más que cumplir una función técnica que desembocaba en trabajar como camarógrafo o asistente de algo en algún canal nacional, cosa que no me llamaba la atención en ese entonces.

Ahí conocí a un profesor y le pedí un consejo diciéndole que honestamente yo creía que aquí estaba perdiendo mi dinero y lo que yo quería era tener la posibilidad de contar historias. Entonces ahí decido ir a estudiar a Argentina.

Ese fue tu primer salto…

Sí…partí, pesqué todas mis petacas y me fui a Buenos Aires.

Yo creo que ahí es el punto de inflexión, en donde cambia todo y se vuelve real. Igual fue un esfuerzo, un sacrificio obviamente, pero la misma plata que, por ejemplo, pagaba yo por ir a estudiar al DUOC, podía vivir un mes en Argentina fácilmente y podía ir a la universidad y tener más conocimiento.

¿Qué hiciste después de terminar la universidad?

Después de salir de la ENERC, pude sacar mi título como licenciado en enseñanzas del arte audiovisual y luego de eso ya me metí directamente a trabajar en la industria cinematográfica. En un principio todavía siguiendo con todo el rollo del sonido. Mis primeras incursiones tenían relación con eso: grabar sonido en filmaciones y hacer producciones.

Pero en la medida en que iba desarrollando un poco más, ya empezaba a escribir, a desarrollar proyectos. Después de eso empecé a hacer cortometrajes y así fui mutando. Estuve en Argentina del 2006 al 2013.

Un montón. Una vida. Una vida entera.

En Argentina pude, a la vez, desarrollar mi capacidad como profesor y tener una relación directa con la pedagogía. Fui parte de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Fue una bonita experiencia, eso también me ayudó a mí a entender mucho más de lo que mi carrera consiste. Comprendí que, en la medida que tú tienes la posibilidad de explicar lo que tú estudias, así lo vas a ir entendiendo y macerando de una mejor manera.

En 2012, me aparece la posibilidad de viajar y después de siete años había muchas cosas que ya estaban un poco viciadas. Además, que, como inmigrantes, uno siempre tiene sentimientos de pertenencia en un lugar, pero siempre estás como tratando de buscar algo. En el momento en que te conviertes en inmigrante le pierdes un miedo a un montón de cosas y siempre estás en una búsqueda constante.

Entonces en eso yo tenía como una inquietud bien grande: que era la del lenguaje y estar relacionado con el arte cinematográfico o con todo lo que tenga que ver con media en algún punto te encuentras con el inglés. Esa fue mi primera inquietud.

¿Y cómo surgió la idea de ir a Nueva Zelanda?

Primero, traté de buscar un lugar donde pudiera aprender un nuevo lenguaje y entonces ahí empecé a pulular entre seguir estudiando en otro país, seguir perfeccionándome o nuevamente dar un salto y buscar una posibilidad de ir más lejos.

Ahí hice varias averiguaciones: ir a Brasil, estudiar en la Universidad de São Paulo, ir a Cuba también y hacer como máster en la Universidad de Los Baños para seguir mejorando la profesión, pero apareció un amigo y me dio la oportunidad.

«Vamos a Nueva Zelanda», me dijo. Conocía a un par de personas acá y dije: «Bueno. Vamos. Veamos qué pasa».

Te aventuraste

Así me subí a un avión y llegué y sí, en un principio esto bonito, es todo lindo, pero de nuevo soy inmigrante. Entonces volví a ese lugar de inmigrante. Y de los migrantes latinos son pocas las personas que tienen asegurado un buen pasar a la primera. A no ser que te vayas con un trabajo, es decir, si te contratan.

Pero si llegas así, sin nada, es un poquito más complejo. Tienes que estar dispuesto a todo y hay ciertos límites: primero, está la barrera del lenguaje y todo lo que involucra eso, porque no puedes comunicar una idea cuando sabes que la puedes decir perfectamente en tu idioma, esas son barreras claras.

No todo es color de rosa al inicio, pero tampoco vamos a decir que me costó tanto igual obviamente en términos de claro, de venir a un nuevo país y no manejar mucho el idioma.

Entonces no puedes tener muchas expectativas de conseguir un buen trabajo. Tienes que estar dispuesto a realizar tareas que otra gente no quiere hacer y eso yo lo hice como por un año y medio que fue como todo mi proceso de adaptación y cuando ya empiezas a entender un poco más de cosas ya entré a trabajar directamente a la industria audiovisual. No la industria cinematográfica, sino que a la industria audiovisual.

¿Cómo empezaste a desarrollarte ya en la industria?

Los neozelandeses tienen un rollo con lo corporativo, hacen eventos para todo: ceremonias, seminarios. Yo creo que es para justificar la plata de los impuestos. Las devoluciones de impuestos lo ocupaban en eso, en hacer eventos más urgentes.

Eso está bien igual. Abre todo como un camino a la industria audiovisual, entonces ahí empecé a trabajar, haciendo eventos corporativos, haciendo sonidos para esto y en ese mismo momento, paralelamente, ya iba pensando en la posibilidad de generar historias. Entonces, en ese tiempo, ya iba escribiendo y armando proyectos.

En el 2015, encuentro una organización latinoamericana ubicada en Nueva Zelanda, que hoy tiene 28 años y se llama Aotearoa Latin American Community. Esta se crea con el fin de ser la voz de los migrantes y refugiados latinos en Nueva Zelanda. El encontrar la organización fue como un gran soporte porque ahí pude empezar a descansar un poco y encontrar un apoyo para poder realizar proyectos

Ahí empezó toda mi carrera relacionada a la generación de proyectos y a retomar todos los cinematográficos. Tuve la oportunidad de empezar a desarrollar mi primer trabajo: un cortometraje de ficción llamado Marathon, donde pude recorrer el país y también hacer un documental acerca de una figura maorí bien preponderante que tiene una relación directa con la organización, que es Tame Iti.

¿Quién es él?

Él es una figura pública fuerte porque es la cara del pueblo y, a principios de los 2000, fue bien controversial porque estuvo detenido, acusado de un montón de cosas, pero que nunca se confirmaron. Pero yo con mi visión de inmigrante y sin tener mucho conocimiento de su background, me centré en dos cosas: su desarrollo artístico, porque el loco es un artista importante, y en la construcción de una galería en su tierra natal que es en medio de la montaña, literalmente.

De hecho, no mucha gente tiene acceso ahí; una, porque es parte del pueblo Tūhoe y dos, como blanco o mestizo no es muy fácil llegar a él y nosotros fuimos y nos recibieron bien.

Todo eso fue una experiencia súper bonita y poderosa enérgicamente. Aquí está la energía de los ancestros y entendí más o menos lo que pasa con lo sagrado, que va más allá del capital, del neoliberalismo y entiendes obviamente que atraviesa todos los ámbitos, pero sin lugar a duda, ahí hay una conexión real.

En ese momento, me di cuenta de que no hay muchas diferencias entre ellos y nosotros en términos como latino y maorí. De ahí empieza todo ese viaje y esa relación con el pueblo maorí y en la búsqueda de generar contenidos que tengan relación con eso hoy en día. Precisamente, este año está en boga porque hizo una película que se llama Muru y está nominada a los premios Oscar como mejor película internacional.

Cuéntanos un poco sobre los festivales en donde has participado.

Hay un festival que es el Wairoa Film Festival que se hace en un marais, que son como los templos de los maoríes. Son sagrados y que están construidos por carpinteros maorí, que lo tallan entero. Es bonito. Ahí hacen un festival de cine e invitan a gente de todo el mundo y claro, ahí nunca había habido nadie que fuera latino.

De ahí fuimos invitados, como parte de la delegación el 2017. Desde ese año hasta ahora, trabajo con organizaciones sociales, deportivas, proyectos artísticos, culturales, he hecho un montón de cosas, pero el 2020 comenzamos a diseñar un proyecto que integrara a los maorí y a la comunidad de inmigrantes y refugiados con el fin de generar fuentes para que los nuevos individuos de la sociedad neozelandesa reconozcan los principios fundamentales de la gente original de acá.

Imagínate que, por ejemplo, hay gente que se vienen de Chile, llegan a Nueva Zelanda y tienen hijos. Esos hijos, obviamente, tienen relación con el colegio y haber crecido en un lugar los posiciona en el territorio neozelandés. Pero en términos de multiculturalidad e identidad generan ahí un conflicto y muchas veces la transmisión de conocimientos de los padres en términos de primera generación no es la correcta. Por lo general, todo lo que tiene que ver con el mundo occidental genera muchas confusiones.

¿Cuál ha sido el mayor choque cultural que tuviste, ya sea en Argentina o en Nueva Zelanda, a parte del lenguaje?

Argentina fue un poco más fácil porque compartimos el mismo idioma, pero el cambio cultural es significativo. Yo creo que Argentina a mí, yo la reconozco como segunda patria y no sé, tengo como un sentimiento, no en la tontera de ir de hablar como argentino y todo eso, sino que más como el reconocimiento a todo eso que tiene la educación pública, o sea de que la educación pública sea un derecho.

Genera individuos que tienen capacidad crítica. Pero en el mundo, como en la sociedad, se generan otras dinámicas y llegan ahí otras formas de relacionarse que tienen que, y yo creo que importante en términos de que teníamos una posibilidad más de elegir qué es lo que quieres hacer.

Es decir, generar un pensamiento crítico, tener la posibilidad de analizar algo, de generar un debate sin caer en el negacionismo o decir oye, ‘estas cosas no hablo’ o cosas así. Yo creo que influyeron un montón como para que yo me hubiera desarrollado y descubriera que había algo dentro de mí que necesitaba expresarse.

Eso es lo que yo creo que en todo lo que hago en la música, en el lenguaje audiovisual, siempre antes de empezar cualquier cosa me pregunto: ¿qué es lo que yo quiero transmitir? y creo que eso es lo fundamental del trabajo que realizas.

Hacer esa pregunta, voy a hacer algo, si lo voy a hacer qué es lo que busco. No lo voy a hacer solo porque sí, independiente de que eso integre una improvisación, en algún momento tiene que generar una reflexión para entender qué es lo que se va a proponer. Creo que en eso hay que ser bien cuidadoso siempre si uno está en esta área, o sea de todo lo que tiene que ver con media por ejemplo y con áreas artísticas: el rol del Creador es importantísimo.

Cuestionarse cuál es el mensaje que quiere enviar. En ese sentido, yo creo que Argentina fue sustancial para desarrollar esa cualidad crítica; el debate, la observación, el estudio, el gusto por las cosas sustanciales.

Argentina fue un choque cultural fuerte porque independiente de que estemos uno al lado del otro, de que seamos tan cercanos tan iguales, pero tan diferentes generando un choque cultural que te pone en una posición de empezar a cuestionarte tu identidad y qué es la identidad.

¿Y en Nueva Zelanda?

En Nueva Zelanda de nuevo un choque cultural, pero esta vez con un plus que es el lenguaje y es complicado. Yo te digo hasta hoy, luego de nueve años, todavía hay situaciones de que no me siento 100% en una conversación siento que no va a estar nunca al cien por ciento de elaborar una sentencia tan contundente como lo podía hacer en español.

Bueno, siempre vas poder seguir aprendiendo…

Siempre voy a seguir aprendiendo el habla inglesa. Hay gente que es inteligente, que le da más espacio a poder entender a otras personas, pero hay otra gente que no y ahí perdí. Yo fui a la universidad y pensaba que estaba en un nivel en el que en ninguna parte del mundo me iba a sentir menos por algo y claro, si no sabes hablar un idioma no vale nada. Es decir, cómo le decía alguien que fui a la universidad. No sabía explicarme.

Ser inmigrante afuera es complicado, porque a veces uno tiene que comer mierda, como se dice. También, en los primeros años de Nueva Zelanda, a veces fue bien duro, por ejemplo, tuve que trabajar en la cocina, trabajar en jardinería. Hacía cosas que nunca en mi vida había hecho.

Yo creo que es importante, porque aprendes a conocerte y bueno se borran las barreras del ego. También estuve un montón de tiempo en silencio, mucho, mucho tiempo en silencio. Aquí se puede, cuando entras como en una dinámica de trabajar con gente que solamente habla inglés.

Hay veces que en los primeros años guardaba silencio total.

Una por el miedo de que alguien te diga: «oye, bueno, no te entiendo» y la otra es como puta es difícil porque si tengo que decir algo y lo quiero decir de una manera y no lo voy a poder hacer va a ser frustrante.

En un principio tenía mi gueto y obviamente empiezas a socializar con la misma gente que habla el mismo idioma y aquí hay comunidades grandes de latinos. Pero ahí está el desafío, en no quedarse, porque ahí es como el pequeño Santiago y no aprendes nada y se repite todo y tienes las mismas costumbres y pasa que veía gente que lleva 40 años y no hablaba el idioma y tenía que depender de los niños para ir al doctor o para hacer cualquier cosa necesitan de agente externo.

¿Consideras que era una lucha constante con el idioma?

En los primeros años sí. Yo creo para todo, para todos, pero tiene que ver con un nivel más con el tipo de acceso a la educación. Ahora esas barreras son más difusas con el tema de la Internet y las tecnologías. Creo que hace 10 años hasta aquí, es más fácil tener acceso a nuevos lenguajes. Yo tengo 39 años, si bien todavía soy millennial, no tenía la misma conectividad que tiene alguien de 20 años ahora y ni hablar de los que tiene 18 años.

Hay mucha gente que ha aprendido de manera autodidacta y si bien yo no sabía cómo ir y explicar algo en inglés, sí había muchas cosas que entendía porque la relación con los manuales y todo el lenguaje de media es en inglés.

Y yo creo que por eso no se me hizo tan complejo, pero en términos de que eso al final lo convertí en algo más, pero no me debería ir mucho como ya empezar a hablar. En el 2017, ya tuve que ir y presentar mi película en festivales o en eventos.

Fui al Museo de Arte de Auckland a presentar la película y ahí es que hablé en inglés. Tuve que ir para la Semana del Matariki, que es la celebración del año nuevo maorí, a galerías de arte, centros de arte y ahí hacer como toda una presentación. Gracias a esa práctica, ya no tenía problemas.

Dijiste que, en Argentina, como la educación era pública y de calidad, aprendiste el resto del pensamiento crítico, ¿eso se vio en influenciado, por ejemplo, en el proyecto con el que estás ahora de mejorar la relación entre los maorís, los migrantes y los refugiados?

Claro, mi paso por Argentina tiene que ver con el despertar de toda mi vocación social. Yo creo eso es una de las cosas que también dentro de mi trabajo está atravesado por lo social. Yo no soy un diente de publicidad, por decirlo así.

Si yo me tuviese que definir como cuál es mi lugar dentro del rol de audiovisual. Siempre mi trabajo va a estar atravesado por lo social, por las temáticas sociales. Tiene que ver con eso, con un tema de conciencia de clase. Saber que ahí es donde está la problemática mayor.

Definitivamente en Argentina y con la revelación del pensamiento crítico y el entendimiento de que el arte está atravesado por el pensamiento más que por las sensaciones sí fue parte sustancial para encaminar todos los proyectos.

¿Te ha gustado el cine desde chico o hubo una época en particular donde te empezó a gustar la idea de hacer cine?

Definitivamente se revela cuando empiezo a trabajar en filmosonido y si bien siempre estuve relacionado con la pantalla grande con el evento de ir al cine, fue algo que siempre me gustó como la revelación de esos. Cuando termino de estudiar sonido, porque yo entro como al cine por ese lado, por el lado musical, pero cuando definitivamente entendí que el cine es más que la música, el sonido es parte del cine y ya no es cine mudo. Es cine sonido e imagen.

¿Qué es Ako For Niños?

Es un proyecto por el cual ahora vamos al festival Show Me Shorts, y mezcla literatura y artes audiovisuales. Nosotros invitamos a la comunidad latina a que escribiera cuentos tomando 10 valores maorí, después hicimos una selección para llevarlo a hacer una transcripción desde la figura literaria hacia el mundo audiovisual y elegimos tres. Uno de ellos es King Tupac, que cuenta la historia de cómo las cúmara llega hacia las costas de las islas del Pacífico, no a Nueva Zelanda, sino que a Mangareva.

Generamos tres proyectos que eran de animación con el fin de que tuvieran una cercanía más directa con el mundo infantil. Justamente King Tupac, fue seleccionado para el Festival Internacional de Cortometraje, que es reconocido por la Academia para los Oscar, o sea, existe una posibilidad de que si la gente dice que el proyecto es bacán y todo eso podamos ir representándolos.

Yo no lo creo directamente, pero lo importante es que, de nuevo, somos parte de ese festival donde no sé si ha habido latinos anteriormente, sí, como parte de equipos, pero no como director de un proyecto.

¿Cuál es la motivación principal para hacer este proyecto?

Entre la comunidad inmigrante y la relación con los maorí hay muchos problemas, porque no hay un entendimiento entonces en tratar de resolver ese problema, nosotros diseñamos un proyecto que tratara de cubrir esa necesidad con el fin de que las nuevas generaciones entendieran qué pasa con la idea o la filosofía indígena que es súper importante porque hoy en día Nueva Zelanda para los neozelandeses no es Nueva Zelanda es Aotearoa.

Esto lo hicimos con el apoyo de la de Fundación Knorr, que es una organización filantrópica que da patrocinios a proyectos que hablen sobre comunidad y la Universidad de Auckland que nos entregó un kaikitianga, que es como un guardián, alguien que se hace cargo de que el protocolo maorí se cumpla.

¿Qué le dirías a los jóvenes cineastas o sonidistas que, son de Maipú o de otra comuna, quieren estudiar cine?

Bueno, primero que, si lo sienten, de verdad, tienen que hacerlo. Si tú sientes que necesitas hacer algo y que, por ejemplo, si quieres hacer vídeos, porque cine es más grande. Yo creo que antes era más fácil pensar en eso, porque la primera relación era la televisión y después cine.

Pero hoy en la era de la comunicación, hay 50.000 plataformas, los creadores de contenido están en todos lados. (…) El acceso a la tecnología yo no lo veo como algo malo, lo veo como algo muy, muy bueno, pero lo que sí en donde yo haría hincapié, es que en eso pues generar capacidad crítica sobre algo.

Si no tenemos capacidad crítica, y creemos en todo lo que vemos eso está mal: uno, porque o vas a terminar siendo esclavo del consumismo creyendo que necesitan todo y la otra es que también te van a formar ideas de algo que, si bien está bien contado y tiene una buena narrativa, es mucho más fácil digerirlo, pero es mucho más fácil también no pensar en qué es lo que hay detrás.

Entonces yo creo que hoy en día con todas esas herramientas que están a la disponibilidad de uno, lo primero es que si tú quieres ser cineasta, creador de contenido, músico, lo primero es hacer.

Después, prueba y error, prueba y error, obviamente en un límite estadio razonable porque si tienes 50 años yo creo que se reducen un poquito las posibilidades de decidir y grabar todos los días. No digo que no se pueda, pero se reduce más. Yo creo que aprovechar el tiempo es otro consejo que yo le daría como si realmente quieres hacer algo invierte, tienes que invertir en tiempo.

Concentrado en eso 100%, comerlo todo el día, vivenciarlo, encarnarlo. Eso es la primera etapa donde uno forma las capacidades en la medida que es capaz de repetir los 50.000 veces y no cansarte de eso.

Hay generar como una coraza y eso también te va poniendo como en un lugar, de decidir en una estética determinada, vamos a decir bueno, si tú ya sabías el proceso que conlleva realizar algo, sabes cómo, cuánto te va a demorar en hacerlo mal, cuánto te va a demorar en hacerlo más o menos y cuanto hacerlo bien.

Entonces yo creo que ahí está la práctica. Mientras más práctica le das, vas a tener una visión más completa de cuál es el producto que tú quieres realizar, entregar en cuanto al nivel, cuál es el producto, independientemente de un montón de lugares donde los voy a hacer mirar y lo tercero es generar pensamientos críticos.

Y si le gusta a tu mamá, por lo general no está bien. Si tú haces algo y eso le gusta a tu mamá y le gusta tu tía y le gusta a la gente que está alrededor, ahí tienes que replantearte y en realidad darle una vuelta al mensaje.

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