Por Álvaro Carreño
El Sol nos envía constantemente una gran cantidad de radiación electromagnética, ya sea como luz visible o como rayos UV. También de otros tipos como infrarroja, rayos X, e incluso partículas. Interaccionan con nosotros, con otros seres vivos, y con nuestro entorno.
El clima espacial se encarga de la medición y estudio de las propiedades del Sol, su actividad, y cómo esta afecta a nuestro planeta. ¿Por qué estudiar y preocuparnos por algo así? Porque si se conjugan algunas condiciones, como consecuencia de la actividad solar se pueden desencadenar ciertos efectos que afectarían gravemente a nuestra civilización.
No sólo una región, país o continente, la gravedad podría ser tal que altere la forma en que funciona el mundo tal como lo conocemos, incluso en mayor medida que una pandemia.
Ojalá esto fuese una remota e hipotética posibilidad, más cercana a la ciencia ficción, pero lamentablemente es un hecho que tendremos que enfrentar. Sucede de la misma forma que los fenómenos naturales, como los terremotos; en Chile estamos acostumbrados a que haya uno cada cierto tiempo, sabemos incluso que hay zonas que llevan acumulando energía y que pueden producirlo en cualquier momento, como la falla de San Ramón acá en Santiago.
Aunque podemos desear que nunca más haya un terremoto, en el fondo sabemos que es sólo cosa de tiempo para que vivamos otro. La pregunta no es si va a suceder o no, la pregunta es cuándo y qué tan intenso será.
La tormenta solar y sus consecuencias
En su constante emisión de partículas, el Sol experimenta ciertos fenómenos como manchas solares. Estas pueden provocar llamaradas solares, estallidos con expulsión de radiación electromagnética y partículas. Incluso pueden generar una eyección de masa coronal (CME), una nube de plasma, de una envergadura que puede ser varias veces el diámetro del sol, que viaja a una velocidad de entre 300 km/s y 3000 km/s.
En el siguiente video puedes observarlas:
Si la mancha que originó la llamarada con la CME estuviese apuntando a la tierra, unos 8 minutos después llegaría a nuestro planeta el primer pulso de radiación electromagnética que puede generar un bloqueo parcial o incluso total en las comunicaciones radiales, ocasionando además problemas en la navegación satelital e interferencias en los radares, también en sistemas militares como los de alerta temprana de lanzamiento de misiles.
Entre 30 minutos y unas horas después de la llamarada se generaría en nuestro planeta una tormenta de radiación, producto de las partículas altamente energéticas provenientes del Sol, principalmente protones, que pueden producir un aumento en la radiación atmosférica por varios días.
Estás tormentas de radiación pueden provocar la desorientación o incluso destrucción de satélites, también pueden poner en riesgo a los astronautas que se encuentran en misión fuera del planeta, llegando a dañar sus naves, o aumentar la radiación a que se exponen algunos vuelos comerciales.
Desde las 15 horas tras producida la llamarada hasta algunos días después, podemos esperar la llegada de la CME a nuestro planeta. Esta enorme nube de plasma interacciona con el campo electromagnético terrestre provocando una tormenta geomagnética, que sin duda es lo que más daños puede generar. Dentro de sus efectos se encuentra el afectar la orientación de algunas aves, la aparición de auroras en los polos o, dependiendo de su intensidad, también en otras latitudes.
En los casos más severos puede provocar amplios problemas eléctricos en las redes de transmisión, por inducción de hasta cientos de amperios de corriente, provocando el colapso de sus sistemas y daños físicos considerables en los transformadores de voltaje, inducción de carga eléctrica en satélites provocando su mal funcionamiento o también su destrucción, generando subsecuentemente la imposibilidad de navegación satelital.
En 1921 Una tormenta geomagnética provocó incendios en estaciones telegráficas en Suecia y Nueva York, interrumpiendo también este medio de comunicación en más de 10 países. El sistema ferroviario en Norteamérica se vio afectado, a la vez que intensas auroras boreales iluminaban el cielo nocturno de Brodway.
En 1989, en Québec, casi 10 millones de personas se quedaron sin suministro eléctrico por unas 9 horas, junto con algunas zonas al norte de Estados Unidos y Suecia. Algunos transformadores eléctricos sufrieron daños considerables y al menos 4 satélites navales quedaron inoperativos por el transcurso de esa semana.
Esta tormenta, al igual que otras, llegó a afectar reactores nucleares, lo que afortunadamente en ese momento no trajo consigo mayores consecuencias.
En 1859, sucedió una gigantesca erupción solar que dio origen a la mayor tormenta geomagnética registrada, que se extendió desde el 28 de agosto hasta el 3 de septiembre. Se le conoce como Efecto Carrington, por el científico que lo documentó. Ocurrieron 2 llamaradas solares cuyas magnitudes no era posible medir en ese entonces.
Se provocó una disminución del ozono atmosférico que se estima tomó unos 5 años en recuperarse, indujo corrientes eléctricas en tierra que destruyeron parte del sistema telegráfico de ese entonces. Se llegaron a ver auroras incluso en el caribe.
Nos hemos vuelto cada vez más dependientes de la electricidad y la tecnología, si una tormenta solar como la de 1859 nos afectara ahora, las consecuencias serían catastróficas y de duración indeterminada.
Gran parte de la logística del mundo depende de los GPS, ya sea para el comercio o la distribución de productos básicos y sin estos sistemas de posicionamiento su abastecimiento sería un caos. Si los satélites resultan destruidos tomaría bastante tiempo recuperarlos.
Aunque los efectos de la pérdida o deterioro de las comunicaciones radiales serían preocupantes, el daño en los sistemas de distribución eléctrica podría generar un efecto en cadena. ¿Cómo obtenemos agua si esta es depurada y bombeada a nuestros hogares gracias a la energía eléctrica? ¿Cómo nos alimentamos si la producción, almacenamiento y distribución de productos depende en varias de sus fases también de energía eléctrica?¿Cómo nos transportamos si los sistemas que funcionan con electricidad, como el metro o los trenes, son inutilizados y el abastecimiento de combustible para el resto del transporte se ve interrumpido? ¿Cuánto tiempo sobrevivirán las personas en una gran ciudad si el suministro eléctrico, de agua, de combustible y de alimentos se ve comprometido?
Si una falla pequeña en el Sistema Interconectado Central deja sin electricidad a una región completa o a gran parte del país por varias horas ¿cuán difícil sería repararlo si parte del sistema se destruye?
Afortunadamente Chile no está tan expuesto, como países de otras latitudes, a sufrir los embates de una tormenta geomagnética, pero si esta es lo suficientemente intensa, más nos vale prever sus posibles efectos.
¿Qué hacer?
Aunque no podemos evitar los terremotos sí podemos construir edificios que los soporten. Algo similar sucede con las tormentas geomagnéticas. El primer paso es informarse y estudiar en detalle estos fenómenos naturales, sobre todo considerando que el ciclo solar que recién comienza puede ser de los más intensos registrados.
Es imprescindible que a nivel estatal e internacional se aborde este fenómeno de forma preventiva, es algo que debemos afrontar como humanidad organizadamente. Es necesario contar con planes de mitigación, protocolos, entrenamiento y coordinación para evitar que una tormenta geomagnética nos afecte de forma severa.
Las distintas instituciones deben contar con roles y tareas claramente establecidos. Por ejemplo, con procedimientos de apagado seguro de reactores nucleares o desconexión programada de sistemas eléctricos, ser capaces de reparar ágilmente los daños que produzcan y de garantizar la subsistencia de la población, manteniendo reservas de ciertos productos estratégicos.
El fortalecer las comunidades locales y la organización vecinal, aportará en la descentralización y efectividad de la respuesta, lo que sin duda aumentará nuestra resiliencia frente a este y otros fenómenos naturales.
Álvaro Carreño
Psicólogo de la Universidad de Chile,
Especializado en Educación, con estudios de física.
Fundador de la revista de divulgación científica Future Magazine.
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