Los Tijerales, historias de la construcción: La celebración navideña que no fue

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los tijerales navidad

Recuerdo que me enviaron a trabajar a una comuna al norte de Rancagua, a finales  de los años 90. Debía dirigir la construcción de una copa de agua potable. Era un estanque elevado de hormigón armado con una cuba que almacenaba 2 mil metros cúbicos de agua potable y que debía abastecer a toda esa comuna agrícola. Para la construcción de la misma se necesitaba mano de obra especializada, como carpinteros, enfierradores, soldadores y dos cuadrillas de obreros capacitados en el vaciamiento y compactación del hormigón, llamadas cuadrillas de concreteros. En total se requería una dotación de aproximadamente 80 obreros, más el personal que los dirigía. Además, se consideraba la contratación de supervisores por área de trabajo, jefe de obra, bodeguero y personal administrativo. 

Para las labores de carpintería se trajeron operarios de la ciudad de Talca, que ya antes habían trabajado conmigo en una copa de similares características en la zona del Maule. Por supuesto que ellos estaban familiarizados con las labores que íbamos a realizar y además no se necesitaba de capacitación adicional, pues comprendían muy bien la labor a realizar y lo dificultoso del trabajo en altura. 

La primera tarea fue conseguir algunas propiedades en la zona para que puedan vivir tranquilamente y cerca del lugar de las faenas. El administrativo se encargó de llegar dos semanas antes a la comuna y ver qué viviendas podían cumplir con las exigencias dadas. Eran 15 carpinteros que debían vivir en la comuna de lunes a viernes, que es la jornada de trabajo normal. El día viernes o sábado a primera hora eran las “bajadas” a sus respectivos domicilios para reunirse con sus familias. Esto también corría para los soldadores y las cuadrillas de concreteros, que eran unos 20 trabajadores más. Estos últimos venían de diferentes puntos de Santiago, todos de zonas obreras. Los jornaleros eran los únicos obreros que eran contratados en la zona, porque resultaba antieconómico contratarlos de otras ciudades y llevarlos a trabajar a la comuna. 

Al final se logró conseguir y arrendar tres propiedades que albergaban a los más de treintena obreros especialistas que se necesitaban para la construcción del estanque elevado. Se compraron, con cargo de la obra, las camas, frazadas, sábanas, etc. Además de los respectivos accesorios como cocinas, ollas, vajilla y otros. Por supuesto que una vez terminada las obras los trabajadores podían hacer uso de estos muebles y artículos a su entera disposición. Podían llevárselos a su casa, regalarlos o rifarlos en un Bingo, donde invitaban a sus nuevos amigos de la comunidad. 

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Como lo dije, anteriormente, se arrendaron tres casas grandes, que por suerte quedaban en la misma calle y a dos cuadras de la plaza de armas de la comuna, y a cinco cuadras del lugar de las faenas. 

Claro que los obreros no las ocuparon el mismo día, sino que fueron llegando de a dos o tres, por día, hasta completar la totalidad dentro de una semana. Los mismos trabajadores decoraban, a su arbitrio, las viviendas para hacerlas más agradables en su estadía. 

La “copa de agua” debía construirse en un plazo máximo de 10 meses,  ya que cualquier atraso en días significaba que la empresa comenzaba a perder utilidades. Muchos de estos obreros ya habían trabajado conmigo, en otras obras en la sexta región, en la construcción de dos APRs. Debo aclarar esto último. Se llama APRs a la instalación de Agua potable rural. Es la construcción de un estanque de agua potable construido sobre un cerro, o el punto más alto de la localidad, más la red de distribución a las casas de los campesinos. 

Volviendo al tema de esta historia, a las dos semanas de iniciadas las faenas, reuní a la totalidad de los trabajadores “foráneos” y los de la zona, en el comedor de la instalación de faenas. En esta reunión les expliqué los alcances de la obra, cómo íbamos a atacar los frentes de trabajo y quiénes iban a estar a cargo de las diferentes especialidades. Por supuesto que ocupando el lenguaje coloquial de la construcción les pedí el compromiso conmigo y con la empresa y, a su vez, recibir de parte de ellos las inquietudes propias de su labor y de su estadía. 

Dentro de las solicitudes normales estaban, el monto del viático, el pago de los pasajes a sus hogares; el combustible, llámese gas licuado para las casas donde alojaban, para cocinar y bañarse y otras solicitudes que son propias de su especialidad. Entre estas últimas estaba la compra de algunas herramientas con descuentos por planilla y los “tratos” y el valor de los mismos. 

Les informé, además, que el plazo de la obra tenía fecha para su término el último día de marzo del próximo año 1998, es decir, diez meses de duración. Como la obra inició sus trabajos el primer lunes del mes de junio de 1997, en pleno invierno, las faenas resultaban más dificultosas.  

Tal como lo dije, anteriormente, como las faenas tenían una duración de diez meses, obligadamente tenían que pasar las fechas más importantes lejos de sus casas, como las Fiestas Patrias, la Navidad y Año Nuevo, aunque igual en esas fechas viajaban a sus hogares muchos de ellos. Entonces, estando reunidos en el comedor con la totalidad de los trabajadores, les planteé la posibilidad de terminar la obra antes del plazo contractual, ojalá a los ocho meses y no a los diez como estaba pactado. Les comenté que ya había terminado dos obras anteriores bajo la misma política.

 Como era una primera reunión para acordar cómo efectuaríamos los trabajos se requería mucha franqueza en la conversación. Tanto yo como ellos debíamos decirnos, a la cara, lo que pensábamos y así después no habría malos entendidos y evitaríamos rencillas posteriores. La idea es que fuera lo más armonioso posible los acuerdos logrados y plasmarlos en el contrato verbal, que dicho sea de paso siempre cumplí con la palabra empeñada.

 Como era una primera reunión para acordar cómo efectuaríamos los trabajos se requería mucha franqueza en la conversación.

Ante la pregunta planteada de terminar anticipadamente la obra, muchos de ellos me dijeron: ¿Qué ganamos jefe con terminar antes la copa? Otros me decían que: “lo único que vamos a lograr es que nos despidan antes de tiempo”. Y otros más sinceros aún me decían que para ellos ojalá la obra durara un año o más, porque así iban a tener trabajo por más tiempo. 

Ante todas las dudas y planteamientos expresados les dije que haríamos el siguiente acuerdo; como la obra tenía una duración de diez meses y, si la terminamos antes, yo les pagaría igual los diez meses de trabajo. Todos quedaron conformes y felices por el “trato” realizado y se comprometieron conmigo más que con la empresa. Pero una advertencia en este cuento, les precisé: “aquí todos los monos bailan”…, todos se debían comprometer con el proyecto. Por ejemplo, el bodeguero no podía decir, en ningún momento: “No tengo ese material o no tengo esa herramienta”. Debía adelantarse a los hechos, es decir, que si se ocupaban veinte sacos de cemento al día, desde que se hacía el pedido al distribuidor y llegaba el material a la obra transcurrían diez días, no podía tener menos de doscientos sacos en bodega. Era un ejercicio básico de matemática, no solamente con este artículo sino con todos los demás. Los trabajadores debían avisar a sus jefes de los materiales que se estaban acabando y éstos, a su vez, debían transmitir la información a sus superiores. Todo debía encajar como reloj. 

Tomamos como regla general reunirnos la totalidad de los trabajadores en el comedor, una media hora para tratar los problemas inherentes al ejercicio del trabajo. No faltaba que alguno daba su parecer en problemas personales y le hacíamos ver que esto no se debía tratar en esta reunión sino que se debía canalizar con sus respectivos jefes. La obra transcurrió sin grandes sobresaltos en los primeros meses, a pesar de lo inclemente del tiempo de invierno.

Llegado el mes de septiembre y ante la proximidad del feriado de Fiestas Patrias, acordamos trabajar dos horas extras diariamente y completar así tres días de jornada laboral, que se iban a juntar con los días feriados del 18 y 19 de septiembre y podían tomar una semana de vacaciones y viajar a sus respectivos hogares. El pago de anticipos y liquidación mensual se realizaba en dinero en efectivo, no como ahora que casi en todas las faenas se cancelan con tarjetas bancarias.

Para graficar un poco la faena de construcción de una copa de agua potable debo aclarar que estos estanques almacenan el líquido como una copa de vino. Es decir, al final de su altura almacenan el agua, llamada la cuba. Pues bien, como el estanque está construido de hormigón armado, éste debe ser lo más estanco posible en su término, o mejor dicho la cuba tiene que ser completamente impermeable. Esta cuba se llena de agua mediante bombas elevadoras que pasan a través de tuberías de acero hasta llenar el depósito. Como en el hormigonado se formaban juntas de construcción, la cuba debía concretarse para evitar  que el agua potable se escape por estos poros. 

Esta faena de hormigonado de la cuba se realizaba en aproximadamente 36 horas ininterrumpidas. El trabajo debía planificarse con toda antelación y con todas las medidas de seguridad que esta acción necesitaba, ya que en algunas horas se trabajaba de noche. Algunos obreros debían dormir en la obra y para eso se habilitaron algunas camas en el casino y con la calefacción requerida. Se debía tener la alimentación necesaria y a los equipos y herramientas se les hacía una mantención previa. Nada podía quedar al azar. Esta labor era desgastante, pero a su vez muy emocionante.

Nada podía quedar al azar. Esta labor era desgastante, pero a su vez muy emocionante.

Al final la faena de hormigonado de la cuba demoró 31 horas continuas y se les dio descanso un día entero. Cuando volvieron a sus labores realizamos un asado que duró desde el mediodía del jueves hasta la noche. Todos, nos felicitamos por el éxito de la faena y nos fuimos muy “caramboleados” a nuestras casas. 

La llegada de la Navidad y Año Nuevo se venía pronto y ante esto me reuní con el personal administrativo, jefes y supervisores para acordar como debíamos celebrar y agradecer a los trabajadores por el gran compromiso con la obra. Salieron varias ideas, pero ninguna estaba a la altura del compromiso que los obreros habían realizado. 

Confieso que a mí ningún plan me convencía, hasta que se me ocurrió algo que indudablemente debía contar con el visto bueno del Gerente General de la empresa. Consistía en traer a todas las esposas y los hijos de los trabajadores “foráneos” y también de los que vivían en la comuna y realizar una gran fiesta navideña, incluyendo al viejo pascuero, obsequiando regalos a los niños. Para esto se requerió la contratación de dos buses, uno desde Talca y otros desde Santiago, que eran las ciudades donde vivía la casi totalidad de los obreros que trabajaban en la faena.  

Claro, como era una fiesta sorpresa debía hacerse con total discreción y ninguno de los obreros podía saber ni el día de la celebración ni el viaje de sus familias. Para esta misión se encargó al administrativo de la obra, ya que manejaba la información de los domicilios y de los teléfonos, si es que lo tenían. El presupuesto autorizado por la Gerencia cubría el traslado de las familias, el almuerzo, más los regalos a los niños. Se había llegado a la cifra de 36 personas que viajaban desde la ciudad de Talca y de 45 desde Santiago. Ellos, junto a los trabajadores de la obra, entre obreros y jefes, daban un total de 120 personas. 

El día elegido fue el último viernes antes de Navidad, para que los obreros retornaran a sus ciudades junto a sus familias. Era una tarea muy difícil y estresante y nada se podía improvisar. Recuerdo que el administrativo logró comunicarse telefónicamente con varias esposas, quienes a su vez, compartieron la noticia junto a los demás familiares, porque en el rubro de la construcción casi todos son amigos o familiares, entre sí. Por esto también a ellas se les exigió total secreto, ya que se trataba de una actividad sorpresa. 

Estaba planificado todo de tal manera que faltando dos días para la actividad ninguno de los trabajadores sabía que el viernes había una fiesta navideña, ya que la actividad se realizaría en un restaurant de la comuna, que había sido contratado especialmente para la ocasión. Al dueño también se le exigió total discreción, ya que varios obreros compartían en ese local algunos tragos, viendo partidos de fútbol de la liga nacional, después de la jornada laboral.

Pero como no todo es perfecto en la vida resultaba muy difícil mantener el secreto entre tanto número de personas, al final se filtró la noticia y los obreros me pidieron una reunión urgente en el comedor. Repito, esto fue el día jueves, día anterior a la celebración. Por esta vez ocuparé sin censura el lenguaje coloquial que ocuparon los obreros durante la reunión: “Oiga jefe, ¿Es cierto que vienen mañana las viejas con los niños a Graneros?”. Yo quedé atónito. Se suponía que nadie de ellos debía saber esto. Traté en lo posible de mantener la calma y continuar con la mentira, pero ante la evidencia de los hechos todo resultó infructuoso y terminé reconociendo la noticia. Ante esto los obreros me dijeron casi unánimemente: “no la cague jefe, no ve que aquí somos todos solteros”. Me dijeron muertos de la risa. Ante esto les solicité sinceridad porque no entendía nada de lo que me estaban diciendo. “Jefe, nosotros aquí estamos todos pololeando, somos todos solteros, nadie es casado. Algunos de nosotros estamos viviendo con nuestras nuevas “pololas” porque dijimos que estamos separados y la explicación que damos por nuestros viajes a nuestras casas es que vamos solamente a visitar a nuestros hijos”. 

Jefe, nosotros aquí estamos todos pololeando, somos todos solteros, nadie es casado.

Recién ahí descubrí su molestia conmigo, al no comentarles antes de este viaje de sus familias. A su vez yo les reproché que como, si teniendo una relación de puertas abiertas con ellos no me hubiesen informado que estaban de galanes o de “playboy”. Ante la magnitud de los hechos les planteé que no iba a abortar el viaje de sus familias, ya que los niños estaban muy entusiasmados y no podía devolver los regalos. Les dije con voz firme que la suerte estaba echada y nada podía volver atrás. 

Ahí ellos me dijeron que iban a viajar ese mismo día en la noche a sus ciudades y que iban a culpar al administrativo que no les avisó, oportunamente. Hacían esto porque las nuevas pololas o nuevas “señoras” podían llegar a buscarlos y hacer un escándalo y ellos, por nada del mundo, querían perder a sus familias legales. Me decían que amaban a sus señoras y a sus hijos y esto para mí reviste un nuevo y extraño análisis, digno de psicólogos o sociólogos, que me puedan explicar con mayor claridad estas conductas humanas. En todo caso ésta es una extraña forma que tienen los obreros de demostrar su apego a sus familias legales. Debo comentar que casi todos los trabajadores de la construcción valoran mucho la estabilidad familiar. Ellos provienen de hogares donde sus padres, abuelos y bisabuelos se casaban para toda la vida. Para ellos la separación es sinónimo del gran fracaso de sus vidas. 

Volviendo a la reunión y conversación con los obreros, en el comedor, le pregunté al “pagador” o administrativo si él sabía de esta situación y me lo confirmó ante todos. “Ya, entonces tú le darás la bienvenida a las familias y le dirás que fue tu error no haberles informado a sus esposos que se quedaran”. Así todo quedaría en nada. 

Después me enteré, con los días, que sus nuevas “pololas o novias” lo iban a esperar casi todos los días a la obra. Ahora, ante la evidencia, encargué una nueva tarea al Jefe de obra, que averiguara cuantos estaban viviendo en las casas que arrendamos para ellos. El resumen de la misión fue la siguiente: en la casa de los obreros de Talca, que debían vivir quince personas había solamente siete. En la casa de los trabajadores de Santiago, que eran 16 operarios, al final estaban viviendo ocho. Todos los que no estaban pernoctando ahí estaban conviviendo con sus nuevas parejas, desde el lunes a viernes. Y yo, ingenuamente, pensando en lo mal que lo pasaban fuera o lejos de sus familias. 

Con el paso de los días me enteré que a los dos meses de haber llegado a la ciudad ya varios tenían nuevas pololas. Después comprendí por que muchos de ellos me pedían trabajar horas extras los días sábados y yo muy pocas veces lo autorizaba, pensando inocentemente que debían viajar a visitar a sus familias. Al final trabajar los días sábados era para ellos la excusa perfecta para que no viajaran el fin de semana a sus ciudades.

Pasando al tema de la fiesta navideña, como lo dije anteriormente, las familias llegaron el viernes por la mañana e inmediatamente se les realizó un recorrido por el lugar de la construcción, para que las señoras y sus hijos vieran la Obra que construían sus esposos y sus padres. Se les entregaron unas empanadas y bebidas y después se les trasladó al restaurant donde se realizaría la celebración de Navidad. En este lugar el administrativo les comentó que por su error él era el responsable que no estuvieran sus esposos, porque no alcanzó a informarles del viaje que realizarían sus familias. A esa misma hora muchos obreros ya habían llegado a sus casas, tanto los de Talca, que viajaron el día anterior y los de Santiago, que viajaron a primera hora de ese viernes.

La celebración navideña fue animada por unos duendes desde las 12 horas, con unos concursos para niños y mujeres. Después de reírse harto y los ánimos ya relajados comenzamos con el almuerzo, donde dirigí algunas palabras en nombre de la empresa y pidiendo disculpas por la ausencia de sus esposos. Las familias se divirtieron hasta entrada la tarde momento en que se les entregó los regalos a los niños por parte del viejito pascuero. Se tomaron fotos, se filmó el encuentro y, posteriormente, se entregó un video a cada familia. Claro que toda esta fiesta se realizó casi sin maridos, solamente había la mitad de las familias completas.

En resumen, una celebración navideña que no fue, o fue a medias…   

«La celebración navideña que no fue» es el primer capítulo del libro «Los Tijerales, historias de la construcción» del autor maipucino Hugo Farías Moya. La Voz de Maipú estará publicando periódicamente su contenido, con el permiso del vecino, para compartir con la comunidad estos divertidos y novedosos relatos.

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