Guillermina Núñez Arévalo tiene 58 años y trabaja vendiendo ropa y accesorios en la esquina de El Conquistador con Agua Santa, en las cercanías del Cesfam Doctora Ana María Juricic. Es jefa de hogar y el sustento económico de su casa, la cual comparte con dos hijos y una nieta de 10 años.
Hace unos días nos llegó el aviso a La Voz de que inspectores municipales habían llegado hasta el lugar y le pidieron que se fuera, pero la vecina asegura haber ido en al menos dos oportunidades anteriores a entregar una carta esperando ser escuchada y que le otorguen algún permiso para poder ubicarse legalmente con su puesto.
Afirma tener que trabajar en ese lugar debido a que uno de sus hijos, de 24 años, sufre de esquizofrenia paranoide, por lo que no puede estar alejada de su hogar, y hoy vive tiempos de incertidumbre con su fuente laboral por no tener una patente.
A eso se suma la artrosis a la rodilla, hipertensión y diabetes que padece junto a otro problema en su pie derecho, el cual no ha podido ver a través de una resonancia debido a que el examen cuesta $200 mil pesos.
Una vida de esfuerzo
La historia de Guillermina comienza en Santa Bárbara, al sur del país, donde nació y vivió hasta los 13 años. Es la penúltima de cinco hermanos, con quienes se crió en medio del campo y no fue al colegio, por lo que aprendió a escribir y leer por su propia cuenta.
Llegó a Santiago en 1976 para trabajar en una casa particular, y desde entonces cuenta que no ha parado de laborar pasando por distintas empresas en labores de aseo.
Su última experiencia en este ámbito fue en el Hospital El Carmen en 2017, el cual tuvo que dejar debido a que su padre falleció en el recinto el mismo año y esto le produjo una gran depresión sin poder continuar, y sin sospechar que a los dos años volvería a sufrir otro duro golpe, y es que su madre falleció luego de caer enferma tras la muerte de su marido.
Actualmente vive en un departamento en un segundo piso, ubicado en la calle Agua Santa, muy cerca del lugar donde vende sus productos, y pese a sus complicaciones trabaja de lunes a viernes desde las 07:00 hasta las 14:00 hrs vendiendo ropa a las afueras del centro de salud. No puede alargar mucho más su jornada, principalmente por el cuidado de su hijo.
La Pandemia que golpeó a todos
Antes que iniciara la pandemia, Guillermina trabajaba en el persa de Pudahuel, donde sí contaba con el debido permiso, pero después del estallido social no pudo seguir en el lugar.
Cuando en 2020 una tía suya enfermó, partió rumbo a Penco para cuidarla, pero a mediados de octubre falleció, trayéndola de vuelta a la capital en plena pandemia.
La crisis la ha obligado a reinventarse constantemente entre cuarentenas y medidas sanitarias. “Una vez tiraron cuarentena como 2 meses, y yo justo en esa oportunidad vendía pasteles y perdí toda esa mercadería, y ahí fue que cambié a vender ropa para no perder mercadería en caso de una vuelta de cuarentena”.
Como a muchos chilenos el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y los retiros del 10% han sido de vital importancia en el ámbito económico, los cuales utilizó principalmente para pagar luz, agua, gas y alimentarse.
Guillermina afirma sentirse agradecida del Municipio por la ayuda en los medicamentos para el tratamiento de su hijo, pero la preocupación que no la deja tranquila tiene que ver con el permiso para mantener su puesto en el lugar.
Desde mayo la vecina ha intentado comunicarse con la Municipalidad para conseguir una patente o licencia que le permita trabajar sin la preocupación de que fiscalizadores puedan quitarle sus productos.
El 31 de mayo de este año hizo llegar una carta a la ex alcaldesa Cathy Barriga contando su situación, la cual no tuvo respuesta alguna. A finales de julio cuenta que un fiscalizador, de muy mala manera, la sacó del lugar sin dar tiempo a explicaciones, lo cual le provocó una descompensación debido a las patologías que sufre.
“De aquí del consultorio nunca me han reclamado nada, tengo limpiecito, una bolsa para botar basura, todo limpio”, afirma Guillermina respecto a su relación con el consultorio y el sector.
Después de esto, el pasado 3 de agosto envió una nueva carta, esta vez dirigida al actual alcalde Vodanovic, con quien recuerda haber hablado personalmente en su época de campaña, pero desde la Municipalidad le dijeron que debía esperar para tener una reunión con el edil. Hasta la fecha no ha recibido mayor respuesta.
“Yo pido un permiso, pagar un permiso, para poder trabajar tranquila y no tener el miedo de que pase un inspector y me quite las cosas, es lo único que pido. No quiero que me regalen nada, quiero pagar un permiso y poder trabajar tranquila”.
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